Si la Navidad no existiera

Un lugar común: la aversión a la Navidad. ¿Motivos? Cursilería en forma de tarjetas navideñas; nieve empacada (aerosol para los ricos, bolitas de poliuretano para los pobres); arbolitos ridículos (plateados o de plástico verde para el pueblo ) o antiecológicos (pinos burgueses importados de Canadá); pastorelas de kínder dirigidas por misses oligofrénicas; villancicos gringos (Rudolf, Jingles Bells) o gachupines («Arre, arre, arre la marimorena, arre arre que hoy es Nochebuena»); guajolotes que de repente adquieren el pomposo título de pavos; centros comerciales atiborrados de compradores neurasténicos: tiburón del Golfo a precio de bacalao noruego; colaciones incomibles y tejocotes que sólo sirven para que los niños los utilicen como proyectiles en la posada; ponche con piquete («etanil, etanol, los amigos del alcohol») o mejor aún piquete sin ponche.

CELEBRACIÓN CAPITALISTA

En la televisión, nada más pasa el día de Halloween, tenemos que soplarnos como propedéutica para las posadas cuatro o cinco películas de Santa Claus (Rodolfo el reno y el trineo mágico, El día que Santa no llegó a Nueva York, Los duendecitos polares contraatacan, Santa Claus sí existe, La vida erótica de Santa Claus…). Las cintas se repetirán diariamente hasta que memoricemos los parlamentos. Finalmente, ¡el gran día! «Hoy es Nochebuena y mañana Navidad».
Antes de que la mitad del país esté borracha, los canales de TV trasmiten unánimemente Cuento de Navidad. Los televidentes se emocionan cuando Mr. Scrooge abraza al pequeño Tim y aprovechan la ocasión para regañar al típico tío aguafiestas que acude mal encarado a la reunión familiar (en mi casa, yo). En la cocina, las nueras –acomedidas– aprovechan para criticar el traje de cocktail de la suegra.
Aullidos de desesperación. Muertos de hambre por la larga espera, la familia omite los villancicos y todos se precipitan sobre las viandas. El Marqués de Sade parece haber sido el chef, pero nadie protesta, no vaya ofenderse la suegra, la tía o la cuñada: ensalada de betabel con piña y cacahuates, sidra rosada «El Pomar», brandy «Presidente», romeritos con tortitas de camarón y mole «Doña María», cazón disfrazado de vizcaíno, pollo rostizado (no alcanzó para el pavo); buñuelos fritos en manteca rancia… ¡ah! y sabroso fruit cake reseco, ya que nadie tuvo el cuidado de rociarlo con cognac.
A continuación los regalos. Un rito sagrado en el tardocapitalismo liberal. Una útil afeitadora para el primo lampiño; una agenda perenne para la tía leucémica; un suéter talla X-large para el sobrino de tres años; una botella de Bacardí blanco para Nico, quien acude a doble AA desde octubre. Artículos meticulosamente seleccionados del baúl de «segunda mano» y primorosamente envueltos en papel plateado, estampado con bastoncitos y muñequitos de nieve con moños verdes y rojos.
Los niños, desesperados, se retirarán a sus habitaciones y cada tres minutos se levantan para comprobar si ya llegó Santa Claus. El más inteligente preguntará «cómo va llegar el trineo si no hay nieve». Otro añade «ni siquiera tenemos chimenea y las ventanas están enrejadas». Interviene la abuelita, «niños, niños, a dormir, si no, no va a llegar Melchor, Gaspar y Baltasar». «Huy, peor, –retoma la palabra un crío– los elefantes no van a poder entrar al condominio». «Abuela –precisa el nieto mayor– es Navidad, no día de Reyes». Afortunadamente alguien enciende el CD y sube la música a todo volumen. Las cubas circulan y todos se olvidan de los pequeños.

EL TRABAJO, EL ORO Y LA NAVIDAD

Sí, sí, ya se que es un tópico común. El consumismo, la sociedad, la mercadotecnia de la Navidad. No tengo nada en contra del libre mercado –salvo que no soy rico– lo que me molesta es la ridiculez de la Navidad hollywoodense. El día de la madre, del compadre, del maestro, del medico, del niño… en fin, las tiendas deben hacer su luchita. Sin embargo, la vorágine navideña adolece de un defecto: la sociedad capitalista la festeja con particular frenesí habiéndola despojado previamente de su contenido religioso.
Originalmente las grandes fiestas son celebraciones agrícolas (vendimias, cosechas) o conmemoraciones religiosas. Los nacimientos, matrimonios, coronaciones tenían un fuerte sentido religioso. El ser humano es festivo; requiere de la fiesta, tanto como del trabajo. La fiesta es diversión, dispersión.
El trabajo exige concentración: las fuerzas se concentran y focalizan. Para evitar el desgaste del cuerpo y la mente, la persona se distiende. Es el sentido de la fiesta: descansar escapando de la rutina. Las saturnales romanas, las olimpiadas griegas, los carnavales medievales. La fiesta es la consagración del otium, es decir, del nec otium. El negocio es la vida ordinaria de trabajo y esfuerzo, la agobiante tarea del vivir diario. El weekend originalmente fue también una conmemoración religiosa, el viernes musulmán, el sabath judío, el dies Domini cristiano.
Las religiones bíblicas –el judaísmo y el cristianismo– elevaron el descanso a la categoría de mandamiento. La consagración del sábado o del domingo tenía doble función. Primera, adorar a Dios. Segunda, proteger a los hombres de la esclavitud de las labores cotidianas.
Desde la Revolución francesa, las fiestas públicas se han visto paulatinamente despojadas de su sentido sagrado. En un primer momento, los ilustrados sustituyeron las fiestas religiosas por conmemoraciones civiles (la patria, la revolución, la constitución). Dejó de festejarse a santa Gertrudis para celebrar a san Napoleón Bonaparte. Más tarde, la burguesía, descreída y pragmática, ha aceptado unas y otras celebraciones a condición de que no interrumpan el comercio. Las tiendas, los servicios y periódicos funcionan normalmente durante los días festivos. Time is gold. Únicamente los bancos se resisten. Económicamente, les conviene permanecer cerrados (¿A poco creían que los bancos cierran por patriotismo el 5 de mayo?).

EL MERCADO NAVIDEÑO

La fiesta en la sociedad burguesa ha devenido en la bacanal del mercado. Su sentido de ocio se diluye en medio de los afanes del marketing y se convierte en una charada de mal gusto, ausente el motivo trascendente y noble. Respeto a los sintoístas, pero no entiendo por qué los japoneses festejan la Navidad. Sería tan absurdo como si en México festejáramos el Thanksgiving o como si las mezquitas celebraran el día de Santiago Mata Moros.
Seamos apocalípticos y catastróficos (el amarillismo vende): la sociedad del nuevo siglo es la civilización de plástico, o dicho de otra manera, nuestro modus vivendi es la trivialidad. Merry Christmas frase cuyo contenido se ha desvanecido en la tecnoestructura capitalista, profundamente inhumana, desacralizada, escéptica, irreligiosa. ¿Queremos festejar algo sin compromisos ideológicos? ¿Por qué no festejar mejor el día de la marmota o la llegada de la Primavera? Así dejarían de empalagarnos con esferitas y colaciones, santacloses y renos.
Los inteligentes maldecimos a Dionisio el exiguo cuando se le ocurrió calcular la fecha del nacimiento de Cristo (quien para colmo se equivocó). Tan contentos que estaban los cristianos de Asia menor sin arbolitos de Navidad. ¡Scrooge, Scrooge, pobre Scrooge! Seguramente la historia terminó mal y Charles Dickens tergiversó la realidad. El pobre Scrooge gastó todo su dinero en verbenas navideñas y cuando su fortuna se agotó, sus «amigos» le abandonaron. El pobre Scrooge murió solo y triste en un asilo para pobres en un día de Navidad. Tim dejó de visitar al viejo en cuanto se acabaron los regalos.
A veces se me antoja viajar a Saudiarabia en Navidad. Ahí no se puede festejar la fiesta. Me acercaría a una misión diplomática –la de Argentina o la del Vaticano, por ejemplo– escucharía «Misa de Gallo» y regresaría tranquilamente al Hilton de La Meca para cenar un cordero con salsa de higos (aunque, me temo, ni siquiera en las embajadas está permitido celebrar ritos cristianos).
El día 25, me levantaría sin dolor de cabeza –en Arabia está prohibido el alcohol– y pasearía en camello por el desierto, después de desayunar yogur, queso de cabra y café turco. ¿No es un encanto de plan?

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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