En istmo hemos vivido la paradoja de preparar, con infinita tristeza, una sección dedicada al humor. Pocas cosas tan difíciles de explicar como la naturaleza del humor, de lo cómico, tema de nuestra sección Coloquio; pero, mucho más difícil de entender, de afrontar, es el misterio de la muerte.
Laura Servín, durante ocho años parte esencial de este pequeño equipo, nos dejó de forma repentina, inesperada.
Laura, querida Laura, no imaginas cuánto te echamos de menos quienes te conocíamos y queríamos. En tu caso, y no es lo más frecuente, creo que era casi igual el número de personas que te frecuentaba y sentía afecto por ti. Al pasar frente a tu oficina, sentimos el aguijón en mente y corazón. ¿Dónde estás? La fe nos dice que estás viva, y tu conducta, siempre recta, y esforzada nos lleva a concluir que en el cielo, pero… aún así cuesta mucho afrontar tu ausencia.
Ese jueves 21 por la tarde, tu computadora quedó encendida y sobre tu escritorio el asunto que trabajabas. Al día siguiente partías de vacaciones a Mérida. Me dijiste que comerías con tu papá, que había venido a México, y que en la tarde revisaríamos los pendientes. No regresaste.
Las últimas frases que cruzamos y las conversaciones de los días recientes vuelven de continuo a mi mente. El misterio de la muerte nos sobrecoge inevitablemente.
En istmo, y sin duda es así en otros ámbitos donde te movías, te tenemos presente, hablamos de ti y contigo. ¿Recuerdas que Pily te llamaba Azul?, hace unos meses comentamos que el nombre te cuadraba, no sólo por el color de tus ojos, sino por la transparencia de tu mirada, por la sencillez de tu ser.
Independientemente de tu capacidad y eficiencia en el trabajo, he descubierto algo que te hace irremplazable y de lo que no era consciente: tu disposición para escuchar. En eso te parecías a Momo, aquella niña del libro de Michael Ende. Tu capacidad de escucha te permitía comprender y entablar empatía casi con todo el mundo. Ante una queja o enojo, no azuzabas el fuego, no recuerdo haberte oído hablar mal ni manifestar rencor por nada ni nadie. Te enojaste alguna vez, lógico, y llamaste la atención cuando era necesario, pero sin perder la ecuanimidad.
No derrochabas palabras, hablabas poco y escasamente de ti; eras tímida, pero no a un grado que afectara tu trabajo. En confianza afloraba una Laura alegre, simpática y perceptiva, como cuando entablabas con Víctor Isolino esas batallas de esgrima mental, de disparates retóricos. Reías y disfrutabas, afloraba tu inteligencia sagaz y juguetona.
Tras estudiar química y trabajar en Nestlé te decidiste por el MBA en el IPADE para ampliar tu horizonte profesional. Después, en la Junta de Asistencia Privada te volviste pieza clave manejando finanzas y otras áreas. Al incorporarte a istmo te hiciste cargo de inmediato de aspectos administrativos y operativos y empezaste a proponer ideas para promover la revista. En poco tiempo pudiste opinar sobre cuestiones editoriales, de diseño e impresión, tu sentido común y tu inteligencia te lo permitían.
Como te decía al principio, sobre tu escritorio quedaron los asuntos más recientes, todo al día, en orden. No volaste a Mérida, te adelantaste unas horas y emprendiste otro viaje. Aquí no ha pasado la tempestad que provocaste al partir y aún no acabamos de medir la huella y el vacío de tu ausencia.