Entrevista con Carlos Llano Cifuentes, por Renato Durán Moya*
REGRESAR A LA PERSONA
¿Cómo afecta la llegada de la posmodernidad o la crisis de la modernidad a la empresa?
En Sistemas versus persona [1] presenté la posmodernidad en la empresa como un movimiento que le da más importancia a las personas que la integran, constituyendo una verdadera comunidad, que al sistema o proceso racional que se diseñe e imponga sobre su trabajo.
Yo diría que más que suponer una crisis de la modernidad implica la esperada, y posiblemente fructífera, resurrección de la dignidad de la persona. Ello, sin que se considere que el sistema y la persona se encuentran contrapuestos. Lo que critica la posmodernidad, generalmente tomada, es la prevalencia casi monopólica del sistema.
¿Es la posmodernidad la solución a los problemas de corrupción y desgaste de la empresa?
No existe una sola solución a las tácticas corruptas y al desgaste en la empresa. Pero, siguiendo con mi respuesta anterior, esta solución no vendrá por el lado del perfeccionamiento progresivo de los procedimientos de trabajo y de sus controles, sino por la transformación interna que se haga en las personas, desarrollando en ellas las cualidades, las virtudes que se requieran para trabajar no ya honestamente, sino con la perfección como ideal a conseguir.
¿Posmodernidad, en este sentido, equivaldría a la acción filantrópica de los empresarios?
En sustancia no. Muchas veces la acción filantrópica de las empresas busca tranquilizar la conciencia sobre prácticas no del todo correctas dentro de ella y en relación con sus personas. La verdadera filantropía de la empresa debería considerarse así: desarrollo, capacitación, seguridad de futuro y creatividad en las personas que trabajan en ella, siendo más integrantes verdaderos que simples empleados.
Ello no quiere decir, por supuesto, que las tareas filantrópicas que llevan a cabo las empresas manteniendo asistencialmente instituciones educativas y de beneficencia, no sean aportaciones positivas para la sociedad. Pero han de tener siempre un carácter secundario. Lo primario es trabajar bien por la comunidad en que viven.
¿Cuál piensa que será el desgaste natural de este «paradigma» centrado en la persona?
Ello ocurrirá y puede ocurrir sin duda cuando la persona, lejos de considerarse como un fin, se considere como un instrumento para lograr fines ajenos a ella. Esta decadencia que usted llama desgaste sería regresar a la situación anterior, pero aun en peores condiciones.
Respecto de lo anterior, ¿cuándo podremos hablar realmente de un nuevo paradigma?
Como he tenido oportunidad de explicar en un libro recientemente publicado [2] , un paradigma será realmente nuevo cuando no se refiera sólo a un modelo operativo, siempre circunstancial y pasajero, sino a un modelo entitativo, que ofrezca un verdadero concepto de la persona, pero descubriendo en ella los trazos esenciales que fueron propagados desde antaño en la civilización occidental y concretados en la civilización greco-judeo-cristiana, cuyo poso por ventura conservamos.
¿La posmodernidad en la empresa puede entonces entenderse como un poscapitalismo?
Si por capitalismo se entiende que lo principal caput, cabeza es la masa monetaria con que cuenta, los activos materiales de que dispone, siempre habrá capitalismo, como las fallidas experiencias soviéticas lo confirman.
Pero se puede hablar de un poscapitalismo cuando lo principal sea precisamente la cabeza, la inteligencia del hombre, más que el dinero. Lamentablemente se cierne también sobre nosotros la figura de otro «poscapitalismo», que fue calificado por Juan Pablo II como capitalismo salvaje, del que tal vez tenga oportunidad de hablar después.
LA RESPONSABILIDAD SOCIAL EN LA EMPRESA CONTEMPORÁNEA
En el actual modelo económico-cultural, ¿existe responsabilidad social en la empresa?
Por desgracia no podemos contestar, como quisiéramos, de manera absolutamente afirmativa. Podemos decir que existe preocupación por la responsabilidad social de la empresa, pero esta preocupación no se traduce con claridad en acciones consistentes.
De cualquier manera, debe tenerse en cuenta que la empresa en general trabaja con auténticas responsabilidades sociales siempre que lleva a cabo, como es común que lo haga, verdaderos servicios a la comunidad, incluso siendo servicios mercantiles. Sin el trabajo de las empresas, los ciudadanos tendrían que vivir en condiciones inimaginables.
¿Por qué dice que propiamente no existe la responsabilidad social?
Las razones de su no-existencia en una buena parte de los aspectos sociales, fueron sintética y profundamente manifestadas en la encíclica Centesimus annus: el deseo de poder y el afán de riqueza. Nosotros añadimos que ambos aspectos de estos perversos impulsos del hombre se retroalimentan de manera mutua, con una monotonía circular ya advertida por Octavio Paz: con el poder se obtiene dinero y con el dinero se obtiene poder…
Esta es, precisamente, una de las características de lo que arriba llamé «capitalismo salvaje».
¿Cómo se define y cuáles deben ser las condiciones para su existencia?
Es aquella cualidad que tiene el empresario (y como eco suyo la empresa misma) de responder a las consecuencias benéficas o maléficas de sus actos; de responder con sus acciones a los principios trascendentales que sustenta (no tener esos principios es ya de suyo la génesis de la irresponsabilidad;de responder a las decisiones existenciales que con buena intención haya tomado en etapas anteriores de su vida, es decir, ser coherente con su existencia; y, finalmente, de responder a la misión para la que ha sido llamado a ocupar un puesto en este mundo.
¿Se puede deslindar la responsabilidad del empresario de la responsabilidad de la empresa?
Yo sostengo que la empresa, como muchas otras actividades humanas, es un resultado, fruto, transparencia y manifestación del modo de ser del empresario. No confío en supuestas buenas empresas que se encuentran en manos de hombres entitativamente depauperados.
¿Existe un concepto general de empresa o, bien, hay uno de la empresa capitalista y otro de la poscapitalista?
Yo diría, sin entrar en demasiados detalles, que cada empresa tiene un propio concepto de sí misma, como ocurre también con los individuos, y que las universalizaciones conceptuales genéricas pueden incurrir en muchos errores y vacíos. Sin embargo, podría decirse que los análisis de Karl Marx sobre la evolución de los sistemas productivos a lo largo de la historia tienen un fondo de verdad, aunque estén en sustancia mal enfocados por desconocer este sociólogo alemán el verdadero intríngulis digámoslo así de la empresa.
Hay una etapa, sin duda, en que no hay una empresa capitalista, sino una empresa con un propietario que confunde equivocadamente la propiedad con la dirección. Esto hace que la dirección se supedite a los intereses exclusivos de la propiedad de la empresa, lo cual va en contra de la responsabilidad social de la que estamos hablando.
Por una evolución no del todo pretendida, se ha ido separando benéficamente el accionariado representante del capital y el management o dirección estratégica de la empresa. Esto ofrece la oportunidad de que el director general o responsable de la empresa tenga que servir a los muy diversos factores que en ella concurren: a los propietarios del capital, a sus compañeros de trabajo, a sus subordinados, a sus clientes, a sus proveedores, a sus banqueros, al gobierno, y a sus sucesores.
La armónica satisfacción de todos estos intereses, a veces contrapuestos, sería una buena definición de lo que significa al mismo tiempo ser un director eficaz y un director socialmente responsable.
¿Cuál de todos estos factores es más relevante cara a la responsabilidad social de la empresa?
El aspecto más importante de la responsabilidad social es la que se debe a los clientes, entendiendo por éstos los últimos consumidores del producto o servicio que la empresa proporciona.
Desgraciadamente las personas, también sin intención explícita, han evolucionado hacia un excesivo desapego de la dirección del negocio, tanto respecto de los accionistas como de los consumidores. Dicho de otra manera, se trata de quedar bien con estos dos aspectos importantes de la empresa, no con habilidad gerencial, sino con maniobras subterráneas que, al final, quedan al descubierto, como hemos podido comprobar en los últimos escándalos financieros de empresas que siempre habíamos considerado dignas representantes de la iniciativa y productividad privadas.
No podemos ignorar, por otra parte, que los conceptos de cliente y capital se han mezclado de tal modo que los clientes coinciden en buena parte con los propios capitalistas, ya que los consumidores, individuos normales, son al mismo tiempo personas que ahorran en los grandes fondos privados y constituyen también los grandes capitales de la empresa.
Si como cliente quiere que los productos y servicios sean buenos y asequibles, como ahorrador desea que su participación en el capital, aunque pequeña, tenga cada vez mayor valor. Esta es la gran dificultad que hoy tiene por delante el verdadero entrepreneur o emprendedor.
Bajo el supuesto de que la sociedad define las leyes a través de sus mecanismos representativos, ¿cuál es el papel del marco normativo en la responsabilidad social de la empresa?
Decisivo. La ley de la oferta y la demanda no puede ni debe dejarse al desgaire. Junto con ella que no ha de ser monopólica para la sociedad debe existir un marco jurídico lo suficientemente fuerte para que los productores se vean obligados a sujetarse a él, y un ambiente ético que haga brotar en los individuos la verdadera conciencia de que el ganar no debe demeritar el servicio.
La psicología del hombre es lo bastante compleja como para encontrar pros y contras radicales tanto en el servicio como en la ganancia. La educación actual debería inculcar en las personas el apotegma de inspiración cristiana conforme al cual es mejor dar que recibir. Este mejor se refiere sin duda a la dimensión espiritual del hombre, pero también a su salud psíquica y física como lo demuestran contrario sensu muchos enfermos mentales.
¿Cree que la participación laboral en la responsabilidad social es exclusiva de los sindicatos?
Hemos tocado un punto de radical importancia. Antes parecía que quienes debían ser defensores de las responsabilidades sociales, eran los sindicatos. Hoy se ve con claridad meridiana que si no son los empresarios los que asumen la responsabilidad social y la consideran como propia, el enfrentamiento con los sindicatos resulta inevitable. Y no porque los sindicatos en general tengan la razón, sino porque también para ellos vale la responsabilidad social.
Si el empresario ha de pagar bien lo que se produce, el operario debe trabajar bien lo que se le paga. La misma competencia entre las empresas hace que los intereses de quienes llevan a cabo el trabajo directivo y de quienes llevan a cabo el trabajo operativo se vayan conciliando interpenetradamente, de manera que puedan competir con otros cuyo trabajo, de igual modo, se está haciendo internamente más solidario con excelentes frutos sociales y económicos.
La corrupción de las empresas, publicitada en los últimos tiempos, ¿es inherente al sistema capitalista o son vicios y desviaciones de dicho sistema?
De ninguna manera puede decirse que la corrupción de las empresas es inherente al sistema capitalista. En cambio debe asegurarse que es inherente a un concepto equivocado del hombre. Como ya dijimos antes, es el egoísmo, representado por el ansia de poder y anhelo de riquezas, lo que provoca la corrupción no sólo en las empresas sino en las demás entidades sociales, incluyendo por desgracia a la propia familia.
Considerando que las leyes representan opiniones políticas de una mayoría y que la participación laboral puede encubrir la explotación y deshumanización de los trabajadores, ¿una empresa es responsable sólo por cumplir las leyes y abrirse a la participación laboral?
Es verdad que muchos de los movimientos de las relaciones industriales de los años cuarenta suponían una forma solapada de fingir el cumplimiento de una responsabilidad social. Pero, por fortuna, esta maniobra se encuentra ya al descubierto.
Más importante que la participación en la empresa o en los partidos políticos, más importante que las motivaciones psicológicas, es la justicia: dar a cada uno lo suyo; y a la persona, como tal, se le ha de dar, sobre todo, el respeto que se le debe con todas sus consecuencias. Para decirlo de manera abrupta, puede llegar a ser preferible un director generoso que un operario egoísta.
Lo importante no es en qué lado de la organización o de la lucha política nos ubiquemos, sino nuestra integridad personal, estemos donde estemos. ¿Habrá alguien que no sepa contestar a esta alternativa: es preferible un hombre de izquierda leal o un hombre de derechas mentiroso?
¿La responsabilidad social es una sola para el modelo o cambia de acuerdo a la cultura en que se desarrolla el sistema?
Si quisiéramos encontrar un acuerdo general sobre el contenido de lo que abraza una verdadera responsabilidad social, no tenemos ningún documento sobre este tema que iguale el carácter completo, sintético, claro y fundamentado en una antropología sustentable de la encíclica Rerum novarum de León XIII.
Dentro de la responsabilidad social resumida en dicho documento caben muchos modelos, maneras de actuación, modos de proceder en las empresas y en los mercados, sistemas de producción y de distribución, mecanismos de manejo monetario, aspectos todos que no sólo pueden variar sin alejarse de la responsabilidad social de la que hablamos, sino que deberán hacerlo al tenor de las circunstancias, precisamente para poder cumplir con esas mismas responsabilidades.
Un operario del siglo XXI no puede ser tratado con los criterios que regían la producción en el siglo XIX, y el cliente actual no pedirá a la empresa un servicio análogo a aquel que le contentaba hace un par de siglos. Lo importante no es vivir la justicia como algo estático, sino mantenerse siendo justos en el continuo devenir de las relaciones sociales y económicas.
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*Periodista de la Universidad Diego Portales, Chile.
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[1] Carlos LLANO. Sistema versus persona. McGraw-Hill. México, 2000.
[2] Carlos LLANO. Falacias y ámbitos de la creatividad. El acto de la creación en la empresa. Limusa. México, 2002.