No es fácil sintetizar el significado esencial que tiene para el beato Josemaría Escrivá de Balaguer el trabajo humano, pues todo su espíritu, predicación y actividad giró en torno a esta pieza de la vida del hombre, que puso, por inspiración de Dios, en el centro del Opus Dei. Para Josemaría Escrivá el trabajo es una realidad humana principalísima, sin la cual se carecería de un concepto completo del hombre.
«El trabajo, todo trabajo nos dice es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad» (Es Cristo que pasa, 47) [1] .Ahora bien, ¿cuál es la posición del beato Josemaría ante los desenfoques del trabajo con respecto a la dimensión espiritual y trascendente del hombre?Los defectos de perspectiva ante las realidades del trabajo y la sociedad suelen concentrarse polarmente en una de estas dos alternativas: o hacer bien el trabajo anulando o reduciendo el fuero interno de la intención (materialismo, laicismo y clericalismo) o actuar con buena intención sin atender al fruto social del trabajo (pietismo o beatería). Está claro que el cristiano no puede perderse unilateralmente en esta alternativa, sino que es necesario practicar una superación de ambas posturas.
SUPERACIÓN DEL CLERICALISMO
Para el clericalismo, la religión se constituiría como medio, a fin de lograr algo terrenal en esta vida. Recordemos en este punto que la mediación de la que habla el beato Josemaría, no es ciertamente una mediación pragmática, sino sobrenatural (cfr. Surco, 526).Para muchos, en cambio, la condición de católico se consideraría como una oportunidad para lograr un peso específico en la sociedad y el trabajo profesional. Esta postura es calificada por Escrivá de Balaguer como clericalismo.
«Nunca ha dejado de molestarme la actitud del que hace de llamarse católico una profesión, como la de quienes quieren negar el principio de la responsabilidad personal, sobre la que se basa toda la moral cristiana. (…) Me gusta que el católico lleve a Cristo no en el nombre, sino en la conducta, dando testimonio real de vida cristiana. Me repugna el clericalismo y comprendo que junto a un anticlericalismo malo hay también un anticiericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que el simple fiel o el sacerdote use de la misión sagrada para fines terrenos» (Conversaciones, 47).
Se adelantaba así, con muchos años de anticipación, a lo que luego fueron claras definiciones conciliares: si los fieles, en ejercicio de su libertad, eligen una determinada solución para los asuntos temporales, «recuerden que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva la autoridad de la Iglesia a favor de su opinión [2].
Este clericalismo acarrea el peligro de una instrumentalización del fiel cristiano por parte de quienes se dicen monopolizadores de la verdad, falsamente aplicada a situaciones coyunturales que tienen, en el marco general de la fe católica, múltiples vías de solución práctica: «De no ser así si se tratase de instrumentalizar al laico para fines que rebasan los propios del ministerio jerárquico se incurriría en un anacrónico y lamentable clericalismo. Se limitarían enormemente las posibilidades apostólicas del laicado condenándolo a perpetua inmadurez, pero sobre todo se pondría en peligro hoy, especialmente el mismo concepto de autoridad y de unidad en la Iglesia. No podemos olvidar que la existencia, también entre los católicos, de un auténtico pluralismo de criterio y de opinión en las cosas dejadas por Dios a la libre discusión de los hombres, no sólo no se opone a la ordenación jerárquica y la necesaria unidad del Pueblo de Dios, sino que las robustece y las defiende contra posibles impurezas» (Conversaciones, 12).
SUPERACIÓN DEL LAICISMO
Ahora bien, la postura contraria a la que acabamos de mostrar afirma una total independencia entre religión y trabajo. Esto corresponde plenamente a lo que ha dado en llamarse laicismo, que a lo largo de la historia puede interpretarse como una reacción violenta contra el clericalismo. Reacción indebida, es cierto, porque para evitar inmiscuirse con el emblema del catolicismo en asuntos meramente humanos, no es necesaria la postura pendular de declarar la independencia completa entre los dos ámbitos. La persona, si bien es relacional, constituye una unidad substancial, conformada de cuerpo y alma. El hombre no es espíritu o materia, alma o cuerpo. De modo análogo, no es profesional o creyente, universitario o católico.
Señala el beato Josemaría: «Desde el cultivo de los saberes más abstractos hasta las habilidades artesanas, todo puede y debe conducir a Dios. Porque no hay tarea humana que no sea santificable, motivo para la propia santificación y ocasión para colaborar con Dios en la santificación de los que nos rodean» (Es Cristo que pasa, 10).Al estudiante le dirá reciamente: «aplícate con espíritu de apóstol a tus libros, con la convicción íntima de que esas horas son ya, ¡ahora!, un sacrificio espiritual ofrecido a Dios, provechoso para la humanidad, para tu país, para tu alma» (Surco, 522).
Diríase que ésta es la primera y básica contribución del cristiano a la sociedad: cristianizar el mundo por medio del propio trabajo; y es, al mismo tiempo, su más noble misión: «El trabajo aparece como participación del hombre en la obra creadora de Dios» (Es Cristo que pasa, 47), quien al crearle y bendecirle le encomendó el dominio sobre la tierra y lo que en ella existe, según indica el Génesis, 1, 18.Posteriormente Juan Pablo II recordará este punto básico de la vida cristiana en relación con el trabajo: «Haciéndose mediante su trabajo cada vez más dueño de la tierra y confirmando todavía mediante el trabajo su dominio sobre el mundo visible, el hombre en cada caso y en cada fase de este proceso se coloca en la línea del plan original del Creador…» [3] .
Pero además, al ser asumido por Cristo, «el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificada y santificadora» (cfr. Es Cristo que pasa, 47). Y por ello: «santificar el propio trabajo no es una quimera, sino misión de todo cristiano: tuya y mía (…)» (Surco, 517).
SUPERACIÓN DE LA BEATERÍA O PIETISMO
Aunque la beatería no se configure, es verdad, como un sistema ideológico, sí constituye indudablemente un modo de vida en algunos cristianos, equiparable de alguna manera a una ideología, a pesar de ser subyacente e inconexa.
Una buena parte de la falta de garra e incidencia social que puede reprocharse, con justicia, a algunos cristianos deriva de aquí: de su beatería, que entiende al trabajo como estorbo u obstáculo para la vida cristiana; que entiende a la sociedad, y a la vida en ella, como un peligro para la religión.La equivocación de tal conducta fue advertida por Pablo VI de manera decidida: «no se trata ni de adoptar posturas de beatos, ni mucho menos de enclaustrarse en círculos cerrados, o sentirse ajeno a la participación de la vida obrera. Se trata de no privar a esa vida del trabajo de su dignidad espiritual, de sus derechos religiosos y morales; se trata de infundir en el trabajo el sentido cristiano y humano, que lo ennoblece, lo fortifica, lo purifica, lo conforta…» [4] .La postura de beatería, como aquella otra liberal o laicista tienen un común denominador: no considerar al hombre de una manera completa, en su doble dimensión sobrenatural y humana.
Escrivá de Balaguer, que centró toda su predicación en la santificación del trabajo ordinario, no podía dejar de verlo y decirlo con claridad y profundidad: «Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar pietistas, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno. Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas; para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe.
El resultado es el mismo, desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que “el Verbo se hizo carne”, hombre, “y habitó en medio de nosotros” (Ioh. 1,14)» (Amigos de Dios, 73).Sin embargo como lo dirá Juan Pablo II en su encíclica Laborem Exercens, «el trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las creaturas. (…) Solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra» (exordio).En sus Moralia, Gregorio Magno nos dice con agudeza que cuando un hombre observa prolongadamente el ejercicio de la virtud en una persona que le es operativa y afectivamente próxima, se le facilita de manera insospechada la propia vivencia de la misma virtud.De modo análogo, el cristiano ha de dar, según Josemaría Escrivá de Balaguer, ejemplo de trabajo.
«Estudio, trabajo: deberes ineludibles en todo cristiano; medios para defendernos de los enemigos de la Iglesia y para atraer con nuestro prestigio profesional a tantas otras almas que, siendo buenas, luchan aisladamente. Son arma fundamentalísima para quien quiera ser apóstol en medio del mundo» (Surco, 483).Ésta será la aguja apta para enhebrar en la sociedad el hilo del espíritu cristiano, en una trabazón fuerte y coherente. «Por amor a Dios, por amor a las almas y por corresponder a nuestra vocación de cristianos, hemos de dar ejemplo.
Para no escandalizar, para no producir ni la sombra de la sospecha de que los hijos de Dios son flojos o no sirven, para no ser causa de desedificación…. vosotros habéis de esforzaros en ofrecer con vuestra conducta la medida justa, el buen talante de un hombre responsable» (Amigos de Dios, 70). Josemaría Escrivá compara esta actitud pietista con la verdadera piedad, usando el símil o analogía de que este pietismo es a la piedad como «santo a santurrón» (Cfr. Camino, 408).
SUPERACIÓN DEL MATERIALISMO
Tal vez sea éste el punto más peligroso para el cristiano de hoy. Por fuerza del materialismo en sus diferentes expresiones, el cual aún da sus grandes zarpazos de león herido, la religión se presentaría como atenuante de las imperiosas necesidades humanas; como una droga de las carencias sociales.
La trascendencia de la religión, en cuanto que nos supera y nos sublima, se saldría del cerco de la realidad humana. El materialismo consideraría la religión como una mera invención falsa ficción, diría Feuerbach del hombre limitado.Y no pocos cristianos se han dejado llevar por la corriente engañosa que sugiere, con mayor o menor fuerza, la solución al problema del hombre en un trabajo desgajado de su propia vida cristiana.Más aún: para que el trabajo sea verdaderamente eficaz debería recortar su alcance a un entorno intramundano, inmanente diría la filosofía clásica desligado de toda dimensión trascendente suya, exista o no eso sería otro asunto tal dimensión. Sólo cuando el hombre se convenza realmente de que su destino está en sus solas manos dicen, es cuando superará en pleno las insuficiencias de las que ahora es víctima.La concepción del trabajo y la sociedad, inserta en la predicación del beato Escrivá, se encara frontalmente con esa postura.
Su defensa de la autonomía propia de cada oficio en la sociedad, frente a todo clericalismo, no le lleva a concebirlo como independiente respecto de los deberes religiosos y de la fe cristiana, frente a todo laicismo; ni, menos aún, a considerar la vida de fe como un tropiezo o una merma de la eficacia laboral y, sobre todo, de sus benéficas consecuencias sociales.Al contrario, el cristiano ve potenciada la eficacia real de su trabajo con lo que el fundador del Opus Dei llama precepto apostólico, que el trabajo contribuye, a su vez, a concretar: «El trabajo profesional es también apostolado, ocasión de entrega a los demás hombres, para revelarles a Cristo y llevarles hacia Dios Padre, consecuencia de la caridad que el Espíritu Santo derrama en las almas» (Es Cristo que pasa, 49).Con el trabajo y las iniciativas que se promuevan a partir de esa tarea, el cristiano puede y debe concretar el precepto apostólico de la santificación de las tareas honestas con las que el hombre se ayuda a sí mismo en sus necesidades y ayuda a las de los demás.
LA RELIGIÓN CRISTIANA, ALIENTO PARA EL TRABAJO
Es cierto que la tarea humana, llevada a cabo por cada uno en la sociedad, debe, ante todo, estar impregnada de Dios. Más aún, en ese trabajo se materializa la vida cristiana misma: «En vuestra ocupación profesional, ordinaria y corriente, encontraréis la materia real, consistente, valiosa para realizar toda la vida cristiana, para actualizar la gracia que nos viene de Cristo» (Idem.).De ahí la importancia de las inclinaciones personales y libremente elegidas en la labor: «Tú también tienes una vocación profesional que te “aguijonea”.
Pues ese “aguijón” es el anzuelo para pescar hombres. Rectifica por tanto la intención, y no dejes de adquirir todo el prestigio profesional posible, en servicio de Dios y de las almas. El Señor cuenta también con esto» (Surco, 491).Pero, al cristianizarse esa tarea, en modo alguno se desmerece el valor de la tarea como tal, aun considerándola metódica y momentáneamente como mera labor humana; por el contrario, al hacerse ofrenda digna de Dios, se perfecciona en su dimensión humana misma: «…el trabajo de cada uno, esa labor que ocupa nuestras jornadas y energías, ha de ser una ofrenda digna para el Creador, operatio Dei, trabajo de Dios y para Dios: en una palabra, un quehacer cumplido, impecable» (Amigos de Dios, 55).
En ese sentido, «no se puede santificar un trabajo que humanamente sea una chapuza, porque no debemos ofrecer a Dios tareas mal hechas» (Surco, 493).El estímulo meramente humano no es suficiente: «Hacedlo todo por Amor y libremente; no deis nunca paso al miedo o a la rutina: servid a Nuestro Padre Dios» (Amigos de Dios, 68).
Por lo cual, «…el amor no se contenta con un cumplimiento rutinario, ni se compagina con el hastío o con la apatía. Amar significa recomenzar cada día a servir, con obras de cariño» (Amigos de Dios, 31).Para el cristiano que labora, trabajar es entonces entregarse, donarse.
«Después de conocer tantas vidas heroicas vividas por Dios sin salirse de su sitio, he llegado a esta conclusión: para un católico, trabajar no es cumplir, ¡es amar!: excederse gustosamente, y siempre, en el deber y en el sacrificio» (Surco, 527).A la espontaneidad creativa, superadora de la rutina, la visión sobrenatural en el trabajo añade, para el beato Josemaría, dos cualidades laborales muy necesarias: la perfección en lo pequeño y la alegría que da al mismo trabajo, un modo radicalmente distinto de ser hecho…: «Escrivá de Balaguer, ha dicho continuamente con el Evangelio: Cristo no quiere de nosotros sólo un poco de bondad, sino toda la bondad. Quiere, sin embargo, que la alcancemos, no por medio de acciones extraordinarias, sino más bien con acciones comunes; lo que no debe ser común es el modo de realizar la acción.Allí, “nel bel mezzo della strada”, en la oficina, en la fábrica, uno se hace santo, a condición de que cumpla el propio deber con competencia, por amor a Dios y con alegría, de modo que el trabajo cotidiano se convierta no en “la tragedia cotidiana”, sino en “la sonrisa cotidiana”» [5] .
No podemos menos que decir que el beato Escrivá de Balaguer, además de revivir un concepto del trabajo y la sociedad plenamente cristianos, ha acertado a poner el dedo en la llaga: sin una perspectiva sobrenatural de las tareas humanas, su creciente socialización nos las tornarán, a la postre, en insoportables. Si llevamos una vida cristiana, «en cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo» (Amigos de Dios, 8).Esto es lo que constituye para monseñor Escrivá de Balaguer, la grandeza de la vida corriente, pues «ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza» (Surco, 487).
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[1] Las referencias a las obras de San Josemaría Escrivá de Balaguer aparecen junto a la cita con el número del «punto» en cuestión
[2] Documentos del Concilio Vaticano II. Gaudium et spes. No. 43.
[3] Cfr. Encíclica Laborem exercens II, 4
[4] Sacritti e Discorsi di Paolo VI. Cantagalli. Siena, 1965. VII, p. 22.
[5] Cardenal Albino LUCIANI (después Juan Pablo I) «Buscando a Dios en el trabajo cotidiano». Il Gazzatino. Venecia, 25 de julio de 1978. Traducción castellana en Palabra. no. 158 (especial). Madrid, octubre de 1978.