Al cerrar esta edición aún no sale al aire el programa Big Brother, pero ya dio inicio el show mediático llenando espacios y tiempos a favor y en contra. Truenan las trompetas para espesar el suspenso que flota en el ambiente, para que dentro de pocos días medio México esté pendiente del desfile de intimidades y discuta acaloradamente si uno de los protagonistas es más antipático, indecente o desgarbado que otro.
Por otro lado, los mismos medios no nos permiten olvidar (¡sería injusto y tonto!) el añejo y macabro caso de «las muertas de Juárez» (más de 250 mujeres desaparecidas y muertas en Ciudad Juárez). Estos crímenes demenciales están conectados a la millonaria industria de los videos snuff que comercia y explota varios de los instintos más bajos del ser humano, y al pensar en ello no puedo menos que asociarlo con el escándalo aparentemente insulso de Big Brother.
Explotar las tendencias morbosas es un recurso muy fácil, es como enfocar un poderoso imán. Se atrae a las personas con temas pícaros, graciosos y poco a poco se desinhiben y aflojan los propios controles. Y desde luego es más fácil llegar a excesos cuando se ha jugado irresponsablemente con los instintos. Transitar de ese morbo escabroso que promete la serie a aquel grave y aberrante que lleva a pagar para regodearse en el sufrimiento y la muerte ajena, no es poco probable, es cuestión de echar a andar la máquina.
¿Qué pasaría si esas cuantiosas sumas que han invertido Televisa y tantas empresas que la secundaron para lanzar el proyecto de Big Brother, aplicaran el mismo afán a una causa que ayudara a la sociedad, que comprometiera a la gente como ciudadanos en vez de fabricar mirones? ¿Qué ocurriría en este país si los medios de comunicación y los periodistas empezáramos a trabajar de otra manera?, ¿si restáramos relevancia a los escándalos de la Trevi, si en vez de azuzar los pleitos de los políticos pusiéramos un poco de empeño en ayudarlos a entenderse?, ¿si dejáramos de explotar los delitos y el morbo?, ¿si nos involucráramos e intentáramos involucrar a los ciudadanos en temas ante los que no se puede ser imparcial como la lucha contra la pobreza, la ignorancia, la violencia o el deterioro del medio ambiente? No es un sueño, alguna vez se ha hecho y en otros países se está haciendo.
Quien desee abundar en el tema de la fascinación por la perversidad, ya ISTMO lo abordó en el número 250. Ahora, en este ejemplar, magníficas plumas analizan qué requerimos para lograr una sociedad más justa y solidaria y los mil retos que despliega ante nosotros el siglo que inicia. Pronto dedicaremos también muchas páginas al tema de la responsabilidad de los medios, un sector acostumbrado a interrogar, más no a responder, a exigir cuentas ajenas pero no a que le pidan las propias