George Steiner: un pesimista que conforta

Hace tres años tuve la oportunidad de escuchar a George Steiner en una conferencia que impartió en el Palacio de Bellas Artes. El tema: las humanidades. Le había leído un ensayo maravilloso, Presencias reales (1991), y ahora escucharía de viva voz a quien considero un pensador que pelea por un panorama más humano para las humanidades.
Es verdad que el mundo contemporáneo se ha caracterizado por la muerte de las humanidades. Sin embargo, es paradójico que éste también sea un momento relevante para fomentarlas.
Este mundo se desgasta en una dialéctica incansable entre humanizarse y deshumanizarse. Es trillado y, en muchas ocasiones un recurso comercial, el que algunas instituciones educativas, partidos políticos e incluso algunos planes de desarrollo gubernamental utilicen la palabra «humanismo», «humanista», «desarrollo humano». La idea no es de Steiner.
Desde los primeros años del siglo XX, los filósofos de la Escuela de Frankfurt habían profetizado que un mundo productivo con incesante actividad comercial, en donde la institución empresarial marcara la pauta de acción y de valor, en donde predominara un ambiente de libre competencia y se adoptaran la transgresión y la violencia como normas sociales y, además, estéticas, llevaría tarde o temprano a la aniquilación de los humanos. Alguien tenía que tomar el papel de defensor de «lo humano».
A partir de entonces, los literatos, filósofos, escritores, pasaron a ser los humanistas, esa especie en peligro de extinción, caracterizada por su supuesta falta de cientificidad y por dedicarse más bien a actividades lúdicas.
Desde los años veinte y en adelante, la moda fue el compromiso del intelectual. Sartre, Camus, Breton, hablaban con fascinante elocuencia en las explanadas universitarias: mantenían una postura política, se pronunciaban en favor o en contra de la pena de muerte, todos, fuesen ateos o creyentes defendían la dignidad humana. No obstante, había un límite: la realidad.
Mientras Sartre gritaba defendiendo los derechos humanos, a la vuelta de la esquina alguien golpeaba a un joven; mientras Heidegger escribía algunos de sus textos filosóficos, sucedían toda clase de atrocidades y torturas nazis, y en nuestros días, por ejemplo, mientras en Cuba se tortura a escritores anticastristas, García Márquez visita amistosamente a Fidel. Y, ¿qué hacen entonces los humanistas?
Aquella noche en Bellas Artes, Steiner sostenía una de las tesis que aparecen en Presencias reales, pero esta vez con mayor crudeza. Si bien las humanidades tendrían que haber sido un remedio, una barrera, un contrapeso para la violencia no sólo física, sino también verbal, política, económica, etcétera, el mundo moderno nos demuestra que las escuelas de humanidades fueron los centros de enseñanza para la violencia, que ahí se gestaron los fanatismos.
Al definir las escuelas de humanidades de hoy como «monasterios consagrados a la imitación de las ciencias exactas», Steiner firmaba al final de su conferencia el acta de defunción e incitaba a los escritores que estábamos ahí reunidos a dedicarnos a la química orgánica.

LA HISTORIA DE UN PEDANTE RIGUROSO

Steiner es uno de los principales pensadores y ensayistas de nuestros días. Pedante y altanero, enérgico y casi siempre riguroso, acostumbrado a levantar la voz y si es necesario a insultar.
Con todo, es una de las figuras paradigmáticas de las humanidades, una mente despierta que ha descubierto que la verdadera labor del humanista es establecer conexiones entre tecnología, educación y literatura.
Para Steiner el culto a la teoría y la especialización ha alcanzado niveles patológicos. Su capacidad asociativa e inteligencia le permiten unificar culturas aparentemente heterogéneas en aras a un pretexto ético: la defensa de lo humano y, sobre todo, la defensa de la lectura.
Es increíble que las humanidades coexistan ligadas íntimamente con lo inhumano. Si bien los humanistas se caracterizaban por confiar en las palabras y su significado y éstas les servían para comunicarse, ahora, a pesar de la tecnología, predomina un modelo de comunicación violento y despótico, primitivo y sádico, escéptico y destructivo.
George Steiner nació en París (1929). Después de estudiar en su ciudad natal, se trasladó a Chicago, Harvard, Nueva York y Oxford. Sus intereses siempre fueron humanistas. Hasta la fecha le escandaliza que en las universidades podamos formar jóvenes capaces de realizar análisis precisos en el campo de la matemática y la estadística y que sin embargo no sepan leer: «yo pienso que son analfabetos, pero ellos me dicen que el analfabeto es el profesor Steiner», declara ante un periodista español.
Le importan el arte y la lectura, sobre todo la interpretación de textos respaldada por su formación clásica y sus conocimientos históricos y literarios, filosóficos y lingüísticos e incluso musicales y psicoanalíticos.
En 1998 publicó Errata. Examen de una vida, un texto donde narra sus memorias intelectuales intercaladas con alguno que otro hecho biográfico. A partir de breves pero trascendentes acontecimientos personales, Steiner cuenta su amor por la literatura y por la música.
Al final del libro, incluye algunas reflexiones sobre los temas que le han marcado profundamente a causa de sus orígenes. Era de esperarse que por ser de padres judíos austriacos, el holocausto, la historia y el destino del judaísmo ocuparan su atención.
A lo largo de estas páginas se revelan sucesos importantes que abarcan desde los efectos personales de la música y el pensamiento clásico que han marcado su trayectoria profesional hasta el origen de su familia, su nacimiento en París y su paso por la Universidad de Chicago en los años cuarenta.
Lo más relevante de esta estancia es su labor como profesor de literatura comparada. Además, da a entender que fue en esa universidad estadounidense en donde se percató de cómo maduraban sus conocimientos.
FILOSOFÍA Y LITERATURA EN LA MIRA
El acercamiento a la obra de Steiner puede hacerse desde distintas perspectivas. Hay quien lo lee por interés cultural y hay quienes buscan en él respuestas académicas. Lo cierto es que es un novelista regular, pero un ensayista estupendo. Atrae a estudiosos de la literatura, pues ha sido profesor de crítica literaria y literatura comparada en las universidades de Princeton, Cambridge, Nueva York, Yale, Ginebra. No obstante, también interesa a los filósofos, pues en sus textos hay diversos planteamientos relacionados con la interpretación y la filosofía del lenguaje.
Su tesis general es que el lenguaje ha llegado a un momento de crisis. Le llama literalmente un estado de epí-logos (después del lenguaje). La concepción del hombre como animal que habla, tal como habían pensado las tradiciones ateniense y judaica, se desvanece. Hace un par de años declaraba en España: «90% de las descripciones del mundo se hacen ahora en lenguaje matemático. Los no versados en esa ciencia tenemos dificultades para participar en los grandes debates de la humanidad».
Son varios los libros en los que se dedica a los problemas del lenguaje. Quizá el mejor logrado es Presencias reales. El subtítulo es significativo: ¿Hay algo en lo que decimos?
Steiner elabora una crítica mordaz a la cultura occidental abarcando temas religiosos como la creencia en Dios, filosóficos y lingüísticos como la pérdida del lenguaje y, sobre todo, denuncia la aculturización del mundo moderno. Además, se muestra sumamente agresivo con los pensamientos críticos que estorban la lectura de una obra literaria, lo que con Wittgenstein podríamos llamar el «prejuicio».
El asunto es polémico: ¿quién puede leer, pregunto, con asepsia total? No obstante, si seguimos leyendo los textos de Steiner vamos atando cabos. Pasión intacta es una colección de ensayos y conferencias redactados entre 1978 y 1995. Steiner advierte haberlos escrito en «un tiempo en el que el arte de la lectura y el status del texto se veían sometidos a una gran presión.
Cada uno a su manera, movimientos como la «teoría crítica», el «postestructuralismo», la «deconstrucción» y el «posmodernismo» ponían en duda la relación entre palabra y significado y «descomponían» no sólo el concepto de las intenciones de un autor en relación con lo que éste quiere expresar, sino la identidad misma de cualquier tipo de auctoritas o individualidad creativa».
Con asombrosa agilidad y vasta cultura, Steiner intenta restablecer la relación entre el lector y el texto. Los libros, tanto para Steiner como para mí, se parecen a las personas: son únicos e irrepetibles. Lo entienden los amantes de la lectura: cada libro es producto de las entrañas de un escritor. De ahí que Pasión intacta abarque un panorama tan amplio que incluye a Shakespeare, Kafka, Kierkegaard, Simone Weil, Husserl y Freud.
Los ensayos finales retoman lugares comunes de la cultura con un toque de innovación: una reflexión sobre la escritura judía y el Talmud con la finalidad de indagar si es ése el verdadero hogar judío; un paralelismo, quizá con ecos hegelianos o kierkegaardianos, entre la última cena de Jesús y la de Sócrates.
GUSTOS Y DISGUSTOS
Steiner funge, al igual que todos nosotros, como testigo de una cultura y un modo de vida en trance. Todavía desconocemos si éste culminará con su desaparición o con una profunda transformación para bien o para mal. Todo apunta a que Steiner tiene en mente un futuro sombrío. Le molesta que le llamen pesimista, pero lo es.
En otro de sus libros más destacados, En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura (1998), se aboca al estudio de lo moderno y lo posmoderno. Con aires un tanto ególatras, intenta enfrentarse al pesimismo intelectual de las últimas décadas y se pregunta qué aspectos deben integrar la cultura deseada y cuáles no. Sin embargo, sus observaciones resultan poco alentadoras, pues todas ellas apuntan hacia una «poscultura» desarrollada en un futuro oscuro y, sin embargo, apasionante.
Dos textos anteriores configuran el encuadre cultural y literario que le interesa a Steiner. El primero de ellos es Lecturas, obsesiones y otros ensayos (1990) en donde se cuestiona la utilidad de la crítica literaria, y para desarrollar el tema medita sobre las obras de Tolstoi, Dostoievski y Racine, además de preguntarse sobre el pasado y futuro de la tragedia. Aquí puede leerse también un apartado dedicado al holocausto y a algunas figuras como Heidegger o Schoenberg.
El segundo libro importante para comprender a Steiner es Antígonas. Una poética y una filosofía de la lectura (1996), en donde declara su fascinación por las literaturas y mitologías griega y romana. Como el título lo indica, se ocupa del análisis de uno de sus temas predilectos, Antígona cuya versión trágica de Sófocles es considerada por muchos como la mayor obra literaria y sus sucesivas versiones hasta llegar a sus representaciones superrealistas, musicales y filosóficas. Sin embargo, la tragedia es un pretexto para defender el acto de leer en todas sus dimensiones.
Steiner es un amante de la lectura. Le amarga que cada día se lea menos. Teme por la desaparición de las humanidades y la crisis de la cultura. Es un humanista deshumanizado, pero aparentemente y por desgracia así lo exige el mundo actual. Sabe que por mucho que grite, la contracorriente es demasiado fuerte.
Quizá eso explique las contradicciones y numerosas interrogantes que se plantea tanto en sus obras como en sus intervenciones públicas. Aspira a que los grandes escritores y filósofos sean seres libres, tolerantes y humanos. Aunque enseguida denuncia: «Pero no es así. Y, por favor, que no se me mal interprete, pero creo que Platón y Aristóteles no hubieran existido sin el sistema esclavista que les permitía dedicarse a pensar mientras otros se ocupaban de las tareas cotidianas. También Marx necesitó una cocinera y una doncella para poder escribir El capital».
TRASCENDENCIA: ÉTICA Y LITERATURA
Steiner sabe que tiene un compromiso ético. Su decepción ante los conflictos en las religiones que tomaron el estandarte de «humanidad», le ha llevado a ser crítico. Por mucho tiempo, por ejemplo, reclamó al cristianismo su impotencia durante el holocausto. De ahí que, en realidad, a lo largo de su obra opte más bien por un humanismo ético, pero ateo.
Piensa que para que haya ética no es imprescindible la sanción divina. Y recuerda entonces un pasaje de Malraux en La condición humana: Katow se sacrifica a ser quemado vivo, entregando a sus compañeros de infortunio la pastilla de cianuro que les permitirá eludir esa muerte horrible. «La amistad puede ser un valor trascendente al margen de Dios», sentencia Steiner ante los periodistas del diario español El Mundo.
Uno de sus libros menos conocidos se titula Nostalgia del Absoluto. Ahí, Steiner se pregunta por el futuro del hombre. No hay una respuesta ni clara ni optimista. Cita los datos de Amnistía Internacional sobre la permanencia de la práctica sistemática de la tortura en 109 países. «60 años después de Auschwitz, seguimos matando y matando, en África, en los Balcanes y en otros sitios. La inhumanidad crece. Hay como una escalada de la ciencia hacia arriba y, por otro lado, un descenso moral».
Con todo, se resiste a ser pesimista y encuentra motivos de esperanza en algunos fenómenos culturales. Llama la atención lo que declaró en enero de este año también a los periodistas de El Mundo: «Ahora mismo hay millones de niños que apagan la televisión para leer las historias de Harry Potter, el último de cuyos libros tiene más de 600 páginas, un vocabulario rico y una gramática compleja. Y otras veces, desde el rigor intelectual, se llega a un público amplio. Lo ha hecho Umberto Eco, como antes Dickens, Balzac o Víctor Hugo».
Sobre Steiner, el reconocido ensayista mexicano Adolfo Castañón ha dicho: «Esta fuerza asociativa, esta memoria inteligente y vivaz, le ha permitido romper las cárceles del lenguaje, aliviar la soledad de la literatura y de la obra de arte en nuestro tiempo, salvar la lectura y la crítica de los peligros del narcisismo y el solipsismo».
La obra de Steiner tiene un valor muy peculiar: sus libros confrontan, resultan enfadosos, pero se gozan como se goza discutir con alguien inteligente; más de un párrafo en sus libros resulta radical y antipático. Su crítica y sus ataques exigen lectores con carácter. Su pesimismo deja muchas veces mal sabor de boca. No obstante, insisto, confronta a su lector. Y eso se agradece.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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