Droga y terrorismo: evasión o trascendencia

Los fenómenos más abordados en la prensa diaria durante los últimos años son, sin duda, la droga y el terrorismo. Su trato es muy desigual y desorientado. Ninguno puede enjuiciarse ni resolverse si no se apela a los cimientos morales del individuo y de la sociedad.
Joseph Ratzinger los enfocó hace ya más de diez años de una manera paradójicamente novedosa : desde sus raíces éticas. El tratamiento es novedoso porque no es el usual de la prensa; y paradójico porque si hay algo antiguo y tradicional son precisamente los valores morales.
Que el estudio de Ratzinger resulte actual e interesante después de una década es una prueba más de la necesidad de sacar a la luz algo que se encuentra clausurado, en el mejor caso, en el ámbito de la conciencia.
Ratzinger nos hace ver cómo, careciendo de norte moral, ninguno de los fenómenos sociales contemporáneos puede analizarse sin entrar en posturas contradictorias. Ante el incidente nuclear de Chernobyl, por ejemplo, la propuesta adecuada para la opinión dominante tenía que ser la de renuncia total a la energía atómica. En cambio, ante la rápida difusión del SIDA que ha ocasionado y peligrosamente puede ocasionar muchos más estragos que los previstos en cualquier eventual Chernobyl, quienes se atreven a decir, con razón, que la humanidad debería defenderse del libertinaje sexual, quedan marginados como oscurantistas.
Este desigual tratamiento ¿por qué debe proscribirse la investigación atómica y exaltarse, frente a un peligro análogo, el desorden sexual? encuentra su causa en el vacío ético que padece nuestra cultura, en otros aspectos tan avanzada. Pues bien, este vacío moral se hace patente, como la falta de brazos en la Venus de Milo, en el caso de la droga y el terrorismo. Veámoslo de la mano de Ratzinger.

DROGA, SED DE INFINITO

EI núcleo del problema de la droga «consiste en la protesta contra una realidad considerada como prisión». Cercenadas las expectativas trascendentes del hombre no hay más allá para él, «la droga es una forma pervertida de mística, la degradación de la sed de infinito en el hombre».
Ya hace muchos años tuvimos la oportunidad de afirmar que la droga no tiene su proliferación típica en las clases necesitadas, como pudiera pensarse, para escapar de una miseria que constriñe, sino en las clases acomodadas, al percatarse de que lo que ofrece esta realidad de opulencia, exprimida en todas sus posibilidades límite, no es suficiente para satisfacer los deseos infinitos del hombre .
La pérdida de las realidades de Dios y del alma, convierte esta vida, incluso la más próspera, la más placentera, en algo insoportable o, al menos, en algo que debe trascenderse. Con tales supuestos la única vía de «trascendencia» es la droga.
EL TERRORISMO, UN PROBLEMA MORAL
El punto de partida del terrorismo está emparentado, para Ratzinger, con el de la droga. También hay en él un deseo de trascender el mundo presente y llegar a algo mejor. Pero el terrorismo adquiere una configuración no evasiva como la de la droga sino de protesta, y protesta violenta.
En un primer momento constituía incluso «un entusiasmo religioso desviado hacia lo mundano, una esperanza mesiánica transformada en fanatismo político» en el que «la esperanza ultraterrena no habría sido abandonada, sino más bien aplicada al mundo presente.
El terrorismo añade a su pasión totalitaria una instancia idealista. Su peligro proviene precisamente del carácter marcadamente terrestre de la esperanza mesiánica, puesto que de lo que es condicionado (como la pobre felicidad a la que se puede acceder en esta vida) se pide lo incondicionado, y de lo finito (como una sociedad cuyos componentes terminan con la muerte y cuyas estructuras son siempre perfectibles), lo infinito».
Lo que se afirma aquí del terrorismo vale también para los movimientos de violencia preconizados por la teología de la liberación, en cuyo análisis y crítica se ha significado Joseph Ratzinger, como es bien sabido, desde hace años. Muchos países occidentales, afirma, aún recomiendan la violencia liberadora para las naciones del Tercer Mundo, pero son consignas que no desearían ver aplicadas en su propio suelo.
Para el terrorismo como, de otra manera, para el marxismo la moral no se encontrará en el ser de las cosas, sino en el futuro, y corresponderá al hombre proyectarlo y construirlo. «EI único valor moral posible sería la sociedad futura, en la que encontraría cumplimiento todo lo que hoy todavía no existe. Será bueno todo lo que sirve para crear la nueva sociedad». «La moral se hace científica: no tiene como fin un fantasma el cielo sino un fenómeno realizable». El eco de Mefistófeles: «Es moral lo que constituye el futuro», al punto que «en el itinerario que conduce a la humanización valdría incluso lo inhumano».
Aunque Ratzinger reconoce que el terrorismo ha sufrido un notable descenso no así la drogadicción, afirma con acierto que sus fundamentos ideológicos no han sido superados y puede por ello reaparecer en cualquier momento, como ha sucedido de otra forma, pero vigorizada, en la ciudad de México.
LA LLAVE DE APERTURA
La pregunta es, pues, ¿qué hay de erróneo en estos fundamentos ideológicos de la droga y el terrorismo? ¿Qué puede responderse a ese deseo de trascendencia de esta realidad mediocre, de esta prisión en que nos encontramos encarcelados? ¿Cuál es la llave de apertura?
Estas preguntas coexisten con el avance de la droga y con la amenaza del terrorismo y constituyen, a juicio de Ratzinger, un fenómeno contemporáneo positivo: tienen en el fondo un fuerte deseo de grandes valores morales, como la libertad, la paz y la justicia, proyectándose de manera apremiante «en el campo del quehacer concreto político y social».
«Las ideologías van perdiendo fuerza y así puede nuevamente hacerse pura la mirada hacia el bien. Esto, de hecho, puede verse como un elemento esperanzador: un deseo (…) en definitiva, de contacto con Dios.»
Cierto que esta mera aspiración religiosa tiene la posibilidad de desviarse hacia el ocultismo, hacia el fundamentalismo o hacia un simple romanticismo y parece difícil que se sujete a una disciplina permanente o a un compromiso institucional: la voluntad y la razón pueden fallar, prevaleciendo el sentimiento, que es insuficiente. Tal ocurre, por ejemplo, en las actitudes de ese fenómeno confuso llamado new age. Incluso estos ideales pueden convertirse en un bien de consumo o en una técnica vacía.
El lado flaco de estos nuevos impulsos religiosos es precisamente la falta de valores éticos individuales, lo cual hace patente a su vez una debilidad en la capacidad de motivación personal: es más fácil hacer proclamas u organizar manifestaciones que practicar la disciplina de la libertad en la vida cotidiana, empeñándose en ella por el servicio y por la paciencia amorosa con los que sufren.
En resumen, «los valores morales han perdido su evidencia en la sociedad dominada por la técnica y en consecuencia también su función vinculante».
¿UNA EXTRAÑA IMPOSICIÓN?
La moral ha perdido su evidencia. Los mandamientos de la ley de Dios, impuestos por una voluntad ajena, la voluntad del Creador, a la que el hombre deba estar sometido, aparece a la mayoría como una idea de Dios ingenuamente antropomórfica. Se piensa que así, sin someterse a nada extraño, el hombre se sobrevalora a sí mismo.
No obstante, ha constituido un patrimonio común de la humanidad «la convicción de que en el ser humano está inscrito un deber; la convicción de que el hombre no se inventa una moral sobre la base del cálculo utilitario, sino que la encuentra preexistente en la esencia misma de las cosas».
C.S. Lewis muestra la continuidad de esta evidencia a lo largo de una panorámica de todas las grandes culturas. No sólo apela a la herencia moral de los griegos, quienes postulan una educación en connaturalidad con la razón, sino que recurre también al hinduismo, que subraya la armonía entre el orden cósmico y las virtudes morales, y a la doctrina del Tao de los chinos: «Esto es, la naturaleza (…) el modo como se mueve el universo (…) es también la vía sobre la cual todo hombre deberá proceder… ».
DIAGNÓSTICO SUPERFICIAL
Hay, pues, una evidencia original común a la existencia humana: «La doctrina sobre los valores objetivos, que se expresa en la estructura ontológica del mundo, y la creencia de que hay actitudes verdaderas y buenas en cuanto corresponden al mensaje del todo y de que, por el contrario, hay actitudes que siempre son erróneas objetivamente, por estar en contradicción con la estructura del ser».
En oposición, la opinión general de nuestro tiempo es la convicción de que las teorías morales de la humanidad están en radical contraste, lo mismo que las religiones; de que todo ello es una invención humana incongruente que podemos sustituir por otra invención.
Debe subrayarse el juicio de Ratzinger ante una opinión tan generalizada: este diagnóstico es sumamente superficial. «La necesaria armonía de la esencia humana con el mensaje de la naturaleza es común a todas las grandes culturas, como también, por consiguiente, son comunes los imperativos morales fundamentales».
La naturaleza la ley natural es la fuente principal de todos los juicios de valor. Como lo formula vigorosamente C.S. Lewis: «la tentativa de rechazar esa fuente de valores y de sustituirla con algo nuevo en su lugar, es una contradicción en sí misma».
La ciencia moderna ha hecho una rigurosa reducción de su ámbito al mundo de los solos hechos comprobables en la experiencia física y, en lo posible, cuantificables. Lo que quede fuera de ese terreno pertenecería al deletéreo campo del sentimentalismo subjetivo; la realidad moral (como también la religión) queda así relegada al terreno del subjetivismo.
Porque ese movimiento presuntamente científico de objetivación, que analiza las cosas y las domestica, ha llegado también a la persona: ya desde el siglo XIX se habla de una física del hombre según la cual el ser humano se encontraría sometido al conocimiento típico de la ciencia positiva (experimentalmente comprobable y, en lo posible, cuantificable).
Es importante retener que, para Ratzinger, el psicoanálisis y la sociología representan las formas fundamentales de esa ciencia positiva sobre el hombre que deja a las realidades morales humanas fuera de su campo y dentro del campo de lo subjetivo y opinable. (Son, las dos, ciencias o presuntas ciencias que se caracterizan por haber prescindido del hombre como poseedor de una naturaleza específica y propia a la cual debemos respetar: y el respetarla es actuar moralmente.)
Y es importante retener esta consideración porque, desde un ángulo completamente diverso, Allan Bloom, en su sorprendente best-seller, La cerrazón del pensamiento norteamericano, hace una aseveración del todo idéntica: el desplome de los valores morales que habían sido el cimiento de la civilización norteamericana tiene su raíz intelectual en el psicoanálisis de Freud y en la sociología de Weber. Desde Roma y desde Chicago, por esta vez, se coincide en lo mismo.
EI valor moral fundamental y único restante, después de esta «limpieza» antropológica operada por las ciencias positivas, sería el de la supervivencia de la especie. Y aquí también hay puntos de curiosa coincidencia. Derek Bock, presidente de la Harvard University, señala que la Evolución de las especies de Darwin vino a cambiar el rumbo de las perspectivas éticas de su universidad.
Los asertos de Roma se ven ratificados también por esta vez en Boston. Pero la conclusión del cardenal Ratzinger es la siguiente: si así fuera, lo que dominaría como dios sería la carencia de sentido. Justamente el nihilismo de Nietzsche; porque la evolución no tiene sentido en sí misma. Y aquí le cede la palabra de nuevo a C.S. Lewis: «el hombre que se quiere entender como materia bruta él mismo se convierte en esa materia».
¿SÓLO HECHOS?
Así como las grandes culturas de la humanidad encuentran su lugar común en la convicción de que existe una ley natural del universo a la que todo hombre debe respetar; así, para Ratzinger, «las más contrapuestas visiones modernas del mundo, las ideologías, tienen en común este otro punto de partida: la negación de la ley moral natural y la reducción del mundo a puros hechos».
Esas ideologías, de las que la droga y el terrorismo no son más que síntomas, consisten «en reducir el mundo a hechos y en limitar la razón a la sola verificación de la cantidad». Lo que es específico del hombre el espíritu se reduce a lo subjetivo y se le vuelve así irreal.
Contra tales supuestos ha de afirmarse que la razón práctica, la que conduce el comportamiento moral del hombre, sobre la que se funda el verdadero conocimiento ético, «es una razón verdadera y no una simple expresión de sentimientos subjetivos sin valor cognoscitivo. Las grandes conquistas morales de la humanidad son igualmente racionales y verdaderas, incluso más que las adquisiciones experimentales en el campo de la ciencia (…) y de la técnica. Son más verdaderas porque tocan más profundamente lo que es propio del ser y porque son más decisivas para el hombre en cuanto hombre».
VISIÓN GLOBAL ÉTICO-RELIGIOSA
Así es como aparece en Ratzinger una visión afirmativa de la moralidad. «El deber moral», dice, «no es una cárcel», al revés: es lo que salva al hombre de colocarse a sí mismo en un grado ontológico inferior que no le corresponde; lo que le libra de encontrarse al nivel de la máquina, de una simple cosa… «La moral no es la cárcel del hombre, sino lo que hay de divino en él».
La razón moral penetra en el verdadero misterio de la realidad. Esta afirmación no cuelga de un idealismo sin soporte: posee también, según Ratzinger, su propia garantía en la experiencia, que se puede obtener a través de la comprobación de la historia, y se sitúa así dentro de un amplio contexto experimental y demostrativo de las visiones globales ético-religiosas.
Contexto del que carecen, pensamos, el psicoanálisis y determinadas corrientes sociológicas, las cuales, a nuestro juicio, han sustituido lo experimentalmente demostrado, colocando en su lugar hipótesis que no han podido demostrarse aún, y, por el camino que van, no podrán hacerlo. Se ha tratado de sustituir lo experimental por una aventura llena de suposiciones y vacía de conocimiento histórico.
Es digno de notar que sea un cardenal de la Iglesia católica quien afirme que, «de hecho, la visión ética propia de la fe cristiana no constituye algo exclusivamente cristiano, sino que es la síntesis de las grandes intuiciones éticas de la humanidad», tanto de las grandes elaboraciones de Grecia como del medio y extremo Oriente.
Es cierto que la armonía interna de la normativa moral fundamental «se ha desarrollado y se ha ido purificando poco a poco»; pero esto no le da a tal normativa un valor puramente histórico: porque «no ha sido inventada sino que ha sido encontrada». De este modo, se llega a ver que tales normas morales como el decálogo bíblico, en cuanto suma y ápice, síntesis, de ellas son el mismo mensaje moral que está presente en la creación»: «la naturaleza no es obra de la casualidad y de las reglas de su juego ciego, como afirma un cientifismo totalizante» (recuérdese el struggle for life, de Darwin).
Pues bien, Ratzinger concluye que la fe cristiana nos ayuda a reconocer la creación como tal, como creación; por ello, la moral enseñada por la Iglesia no es un peso más para los cristianos: «la fe cristiana es el bastión de la libertad humana». Nos recuerda la noble expresión de Juvenal: «no hay peor injuria que la de querer sobrevivir perdiendo los motivos de vivir».
Hay valores por los que vale la pena dar la vida y al contrario, una vida lograda mediante la traición a esos valores no vale la pena vivirse. Al negar la responsabilidad eterna y perder toda esperanza transmundana, aparece el fenómeno de la droga y el terrorismo, porque «el hombre tiene necesidad de la trascendencia. La sola inmanencia es demasiado poco para él, pues ha sido creado para algo más grande». La negación del más allá conduce «a una exaltación apasionada de la vida», de esa vida en la que se debería alcanzar todo, pero que puede realmente ofrecernos muy poco.

(Versión editada de «Paradojas de la exaltación vital», capítulo V del libro Nudos y del humanismo en los albores del siglo. CECSA. Grupo Patria Cultural. México, 2001. 232 págs.

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No. 386 
Junio – Julio 2023

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