Lectura: interpretar el mundo

La universidad, atenazada por enfoques sucesivos y diversos (tradicionalismo, conductismo, tecnologismo, etcétera), ha convertido al alumno en un reproductor memorista, en un juguete de tecnologías educativas, o en un robot de objetivos preconcebidos por otros. Hoy, en el umbral del nuevo milenio, el reto se mantiene en pie: la universidad, para ser realmente humanista y eficaz, deberá orientarse hacia cauces nuevos, en donde impulse a la joven generación a realizar una esencial lectura sobre el mundo.
La íntima comprensión de una palabra-mundo (en última instancia, del Verbo mismo) exige de maestros, editores y, desde luego, lectores, la comprensión de aquella idea fundamental de Paul Ricoeur. Los seres humanos nos comunicamos, es verdad, pero en muchas maneras; por ejemplo, neurológicamente hablando, la comunicación sigue siendo enigmática, en el sentido de que lo experimentado por una persona no puede ser transferido por completo a alguien más: mi propia experiencia no puede convertirse directamente en la de otro individuo; un acontecimiento perteneciente a un fluir del pensamiento no puede ser transferido como tal a otro.
No obstante, algo pasa de un emisor hacia un receptor y puede traspasarse de una vida a otra vida, aunque sea un solo matiz. Ese algo no es la experiencia tal como es vivida, sino su significado. La experiencia, aun siendo privada, tiene una significación, un elemental sentido que puede transmitirse .

POR EL GUSTO DE LEER

Considerada desde estas ideas, la lectura es una aventura, algo que se produce en mi intelecto, en mi emotividad, en mi convicción, y que viene a materializarse a través del diálogo, sea externo con otros seres humanos, sea interno con el Verbo en la profundidad del hombre.
La universidad del siglo XX, mucho más fiel y en deuda con la del siglo XIX de lo que tiros o troyanos estemos dispuestos a aceptar, no ha alcanzado una verdadera flexibilización de las restricciones a la selección de lectura por parte del estudiante.
En efecto, tanto el maestro como la academia tienen el deber de sugerir qué y cómo leer para ayudar al estudiante a alcanzar determinados saberes y competencias. Sin embargo, hasta ahora no se ha logrado delimitar un área de diálogo efectivo, en la cual, lejos de un autoritario «dime qué quieres ser y te diré qué debes leer», se exprese un «dime qué quieres saber y te prestaré mi apoyo para leer y, además, leeremos juntos».
Desde hace tiempo la universidad cuestiona los contenidos, modos y fines de la enseñanza. Pero aún no ha dado un paso decisivo en el camino de su transformación para enfrentar el siglo XXI: autoexaminarse y determinar la mejor forma de lectura para sus estudiantes.
Ciertamente, por más que evolucionen sus métodos de enseñanza y aprendizaje, o se discutan sus peculiaridades según cada materia y especialidad académica, la lectura resulta un factor esencial en cualquier latitud universitaria, factor todavía manejado como hace dos siglos: imposición, delimitación, obligación.
La lectura, en un momento crucial de la formación del individuo cuando se precisa de manera supuestamente definitiva su orientación profesional, se enfoca como trabajo sin placer, como deber sin posibilidad de cambio y, ante todo, como obligación callada y pasiva. Ello desmiente el sentido de elección que convierte a la lectura no sólo en placer, sino principalmente en imantación vital.
Vista así, como gusto kantiano, como proyección intuitiva del ser, la lectura se ha vuelto muy a menudo ajena a las universidades, decretadoras de maratones de lectura, competencias vertiginosas de pupilas sobre renglones borrosos.
¿Será ése el panorama exacto del siglo XXI? ¿No podrá la universidad, sin renunciar a necesarias lecturas académicas destinadas al modelado de conocimientos y a la cimentación de habilidades, abrirse también a espacios de lectura que puedan realizarse con placer, cierta libre elección y, asimismo, aprovecharlas para la formación del futuro profesional?
INTERMINABLE PROCESO DE DIGERIR LA LECTURA
La lectura es, primordialmente, una acción de características específicas. Es al mismo tiempo intrapersonal el lector va experimentando en su ser una serie de confrontaciones e interpersonal lector y autor completan la obra cada vez en el instante de la lectura.
Hoy es imposible quedarse varado en la idea de que el lector es un hombre en actitud pasiva, que abre fauces más o menos ávidas y recibe mensaje tras mensaje. En absoluto: no puede digerirse lo que uno no procesa con sus propios y vitales jugos personales. El lector no puede interpretar mensajes que no ha logrado hacer suyos mediante una construcción personal de sus significados.
La lectura en la universidad sólo tiene sentido si se convierte en un proceso realmente activo de apropiación. Una perspectiva orientada hacia esa construcción de significados exigirá un cambio radical de la concepción misma de la lectura en el nivel universitario.
Se ha vuelto un hábito lamentarnos por estudiantes que ingresan a su primer nivel sin saber leer. Aunque insustancial, esta queja es muy significativa, pues la habilidad de leer no es homogénea ni se alcanza de una sola vez: requiere un desarrollo progresivo, gradualmente ascendente y complejo.
Creer que la lectura es una habilidad que puede construirse en la enseñanza primaria y allí concluir su aprendizaje es una actitud ingenua y peligrosa. La lectura, como proceso de interpretación y construcción de significados válidos para un individuo específico, es un proceso ininterrumpido, cuya potencial dirección ascendente no termina sino con la muerte.
EL DIÁLOGO
Por tanto, la universidad no puede continuar el autoengaño: también el nivel universitario está destinado a educar lectores. La actividad responsable es condición necesaria para toda lectura, de cualquier tipo de texto, desde el libro hasta el mundo y el Verbo mismo. La universidad deberá formar, en el siglo XXI, lectores inmunes al espejismo.
Con frecuencia nuestros hábitos de lectura no nos permiten interpretar la inmensidad o la pequeñez del mundo como un mensaje realmente valioso. De lo que hablo es de la necesidad de apropiarse cada texto, de convertir la palabra del otro en una peculiar palabra para mí, de transformar cualquier indicio significativo en una manifestación de verdad.
La nueva universidad tendrá que enfrentar este problema si quiere ser efectivamente formadora. Es necesario que desarrolle capacidades para que sus estudiantes se desempeñen con eficacia en las más sofisticadas tecnologías. Hasta hoy, la lectura sigue siendo la más refinada de todas ellas y, en esencia, las recubre. ¿Qué es la computación, sino una peculiar lectura?
Un texto funciona como tal hasta que un lector lo hace suyo, en integración salvadora que se apoya en la vocación ecuménica del hombre. El lector no es meramente un señor cualquiera sentado en un rincón para olvidarse de las penalidades del mundo, tantas, que los libros no son suficiente valladar contra ellas.
El lector es algo más complejo y asombroso: un sujeto en situación cultural. Pero la cultura no es un líquido amniótico que pasivamente nos protege y alimenta, muy al contrario. Sin una participación voluntaria y consciente del hombre, la cultura no existe. Hemos de hacerla nuestra, entregárnosle y defenderla con audacia.
Esencialmente, la cultura es una comunicación con los demás, la naturaleza y el Verbo mismo. Pues el hombre, en efecto, es un ser que puede interpretar sistemas de signos. Y esa lectura suya ha de ser fuente de placer y reposo espiritual, no porque le permita evadirse, sino porque servirá de acicate maravilloso a la inteligencia y al espíritu.
Para merecer el prestigio secular, las universidades han de ser espacio de lectura, destinada a preservar y perfeccionar la vida humana y la de la Naturaleza.
La universidad del siglo XXI deberá autoanalizar su trayectoria y procurar, con mejor penetración, defender el diálogo, la sana evaluación, el respeto y, sobre todo, la mutua lectura, que son el soporte de la vida cultural de los pueblos y su mejor resultado. Sólo así se podrá dar paso a un mundo dotado de significado integral para el hombre.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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