Los últimos años 90 se vieron colmados de sorpresivas manifestaciones religiosas y para-religiosas. No fueron otra cosa la aparición de películas con tintes milenaristas como El día final o Armageddon, las tecno-mesiánicas como Matrix o las mesiánicas New Age como el Episodio I de la Guerra de las Galaxias, las orientalistas como 7 años en el Tibet, las que contrapusieron la ciencia y la fe como en Contacto, y muchas más.
Artistas cinematográficos, cantantes y, en general, personalidades del mundo del espectáculo lo mismo que científicos y humanistas expresaron sus nuevos sentimientos religiosos. Entre ellos están desde Tom Cruise como miembro de la Iglesia de la Cienciología, a Richard Gere como propagador del budismo, pasando por los distintos cantantes cristianos, o los que mezclaban religiosidad con drogas y sexualidad, para no hablar de premios Nobel dedicados al esoterismo, como Fritjof Capra con su libro El Tao de la Física.
Y los libros, que no se pueden llamar propiamente literatura, sobre temas religiosos invaden las tiendas de autoservicio, librerías y cafés, al punto de que en esos sitios se tuvieron que dedicar lugares específicos para estos escritos. Títulos como El Caballo de Troya o Dios vuelve en una Harley, por no hablar de El último Jesús y similares, El libro Blanco y las colecciones New Age saturan vitrinas y mentes con el ofrecimiento de descubrir las «verdades ocultas de la Biblia», encontrar «el sentido de tu vida», los «tesoros ocultos de la verdadera sabiduría», la «auténtica relación personal con Dios», tu «Dios oculto», etcétera.
Este renacimiento o revival de los cultos queda magníficamente retratado por las palabras de un autor italiano, Colombo. Es Giovanni Sartori quien dice que «Colombo analiza los nuevos cultos que están proliferando en América (la Iglesia de la Unificación del reverendo coreano Moon, la Iglesia de la Cienciología y grupos que se inspiran en las filosofías orientales para llegar a sectas basadas en la conspiración o la humillación de los individuos). Y comenta el revival religioso del siguiente modo: “los revivals tienen una fuerte connotación emotiva y nerviosa y un escaso contenido teológico. Pueden propagarse como un incendio entre millones de personas, porque apelan apasionadamente al aspecto irracional de la fe [ ] . Es común a todas ellas el carácter de exaltación [ ] . El milagro sustituye a la liturgia”».
Milenarismo: el atractivo de la fecha redonda
La llegada del 2000 significó, para la mayoría de nosotros, una ocasión de fiesta. La fecha redonda pasó por alto la precisión: el siglo XXI y el Tercer Milenio ¿comienzan el 1° de enero del 2000 o del 2001? El monumental despliegue de celebraciones en los distintos países del mundo (incluida la casi totalidad de aquellos que se rigen con otro calendario) condujo a momentos de euforia general. Y, sin embargo, las policías del orbe se encontraban en estado de alerta ante posibles atentados de fanáticos religiosos.
El 2000 representaba una fecha decisiva en el imaginario o en la psicología de personas y grupos. Jamás han faltado los apocalípticos, y oportunidades como ésta son su bocado predilecto. ¿A qué se deben los temores, las profecías milenaristas, las esperanzas mesiánicas de momentos como éste?
Los factores son múltiples. Hay elementos objetivos y otros subjetivos. La reacción es siempre de la persona. A ella le afectan distintos elementos externos. Por ejemplo, no se puede pasar por alto a pesar de la secularización de nuestra sociedad y de la mínima referencia hecha durante los festejos que el 2000 corresponde a la era cristiana. Los creyentes en Cristo y los países influidos por ellos son los únicos, en estricto sentido, en haber arribado a esta fecha. En los países occidentales nuestro calendario se basa en el nacimiento de Cristo. Ése es su punto de partida. Los países musulmanes se guían por el nacimiento de Mahoma. Israel lleva otro cómputo. Los chinos, a su vez, miden el tiempo desde otra perspectiva. Ha sido el desarrollo, la dominación y la inculturación occidental las que han impuesto nuestro calendario para efectos prácticos: los vuelos internacionales, las transacciones económicas y muchas otras acciones se rigen por nuestra cronología cristiana.
Así también el término «milenarismo» es netamente cristiano. Podemos referirnos a sus dos principales acepciones. Ambas toman como punto fundamental un pasaje del Apocalipsis de San Juan (20, 2-6), donde se menciona varias veces la cifra «mil años». En un primer sentido, se refiere al tiempo que reinará Cristo con sus fieles, en triunfo sobre Satanás. Pero esta primera acepción es la menos conocida y catastrófica. En cambio, cuando se dice expresamente que al cabo de mil años Satanás será soltado y «engañará a las naciones» se hace alusión a un hecho negativo, trágico y, por tanto, provocador de miedos y temores.
A esto podemos añadir otros pasajes concernientes al fin del mundo, a las señales para conocer ese tiempo crucial. Nadie podría elegir mejor momento que la cifra redonda: los mil años. Si en el primer milenio no se dio ni la segunda venida del Mesías ni el fin del mundo, seguro que esta vez sí sucederá, pues para los milenaristas Dios no puede dejar escapar más oportunidades ni permitir al demonio más tiempo para hacer daño: los elegidos de Dios lo esperan con ansiedad y no quieren ser defraudados.
Pero aquí se escapa un pequeño detalle, que se da la casualidad de ser el más importante: nadie puede leer la mente de Dios. Grupos religiosos como los Testigos de Jehová o la Iglesia Universal de Dios han profetizado el fin del mundo en distintas fechas, todas ellas durante el siglo XX. Ante cada falla cronológica han tendido a extender el periodo o buscar otras explicaciones generalmente fundadas en la imprecisión de los calendarios.
Más numerosos son los grupos religiosos milenaristas que, sin fijar fechas para el fin del mundo o la segunda venida de Jesucristo, usan el temor como medio proselitista. Sólo ellos conocen el número y, en ocasiones, el nombre de los elegidos-salvados. En todos ellos campea el concepto del fin del mundo como el Armagedon.
Religiones y cultos
No es el momento de explicar en detalle cómo el mundo moderno ha reducido el escenario de lo religioso, lo cierto es que así ha sido. La sociedad secularizada ha querido recluir la fe en el ámbito subjetivo, en la «vida privada» y le impide, en la medida de sus posibilidades, un desarrollo y una actividad social. El interés de la modernidad, en este campo, ha sido «desmitologizar» la fe, convertirla en historia. Pero en la medida que lo consigue elimina de su visión el aspecto débil o dañado del hombre. El mito del buen salvaje rousseauniano vino a sustituir la historia bíblica de Caín así como la doctrina del pecado original. Se transmutó un credo institucional por una superstición. La desmitologización concluyó en la creación de un nuevo mito. Pero, además, la fantasía de la modernidad rechaza, a partir de ese momento, cualquier creencia o pensamiento diverso. La tesis volteriana de la tolerancia vige exclusivamente para los que piensan como Voltaire y los ilustrados. Las religiones quedan excluidas por definición. «Como Catón terminaba siempre sus discursos con la exclamación Deleatur Carthago, Voltaire al menos desde julio de 1759 [ ] termina casi todas las cartas a sus íntimos con las palabras écrasez linfâme, o con una expresión semejante [ ] ¿Quién es esta infame, que Voltaire se ha propuesto aplastar como finalidad de todo su esfuerzo? [ ] Una interpretación [ ] actualmente más aceptada, es [ ] todas las Iglesias, y principalmente la Iglesia católica». Con lo cual se puede apreciar que el carácter fanático no es patrimonio de los grupos extremistas de creyentes o de los cultos, y que la reducción del aspecto social de la religión no es fruto de casualidades o sucesos inevitables.
La modernidad, pues, desde su origen luterano y con el refuerzo del siglo de la Luces, tomó partido en el tema de lo sagrado. Ha querido sustituirlo por la cultura o por la historia. Hegel es, en este sentido, un protagonista privilegiado. Pero no lo sería sin el precedente de Voltaire. Sólo que al querer desaparecer a la religión de lo social se produjo un vacío. Daniel Bell ha escrito: «Cuando faltan religiones, aparecen cultos» [ ]«lo que define a un culto, pues, es su exaltación implícita de la magia más que de la teología, del vínculo personal con el gurú o con el grupo, más que con una institución o un credo. El suyo es un apetito de ritual y de mito». «El progreso de la ciencia se nos ha dicho desde la Ilustración en adelante liberaría al hombre de las creencias irracionales. No obstante, la tecnología, a medida que avanza, está produciendo un hombre incluso más crédulo e “inocentón” que el hombre medieval [ ] No es paradójico que el país que dispone de una mayor ciencia tecnológica, Estados Unidos, sea también el país de mayor credulidad y que más abraza cultos de poca monta». Al culto le hace falta la «fuerza superior de una teología y una organización». Es justo éste el terreno propicio para un tipo de fanatismo, el del grupo esotérico, que se considera dueño de la verdad sobre el futuro de los hombres, el único poseedor del principio de salvación y, por ello, con el derecho a convertir o eliminar a quienes no aceptan sus enseñanzas. En este caso el otro no es más que un enemigo. La diversidad sobra, es contraria a su visión del mundo y del más allá. Y especialmente sobran las religiones institucionales, que se convierten automáticamente en sus enemigos por poseer una doctrina y una organización definidas, que contrastan con sus supersticiones sostenidas en las palabras del gurú.
Verdades ocultas: el incentivo del esoterismo
Esotérico significa oculto, secreto, y por extensión se aplica a lo impenetrable o de difícil acceso para la mente. Es éste uno de los temas que encuentran un auténtico caldo de cultivo en la nueva sensibilidad posmoderna. La mentalidad actual, especialmente a partir de los años sesentas, se ha vuelto especialmente sensible, hedonista, sensualona, individualista. Como señala Hannah Arendt, es un nuevo tipo de «hedonismo, doctrina que sólo reconoce como reales las sensaciones del cuerpo, [y que] es la más radical forma de vida no política, absolutamente privada, verdadero cumplimiento de la frase de Epicuro “vivir oculto y no preocuparse del mundo”».
Esas doctrinas esotéricas, en cuanto secretas, se supone que quedan circunscritas a un «pequeño y selecto grupo de iniciados». En el pensamiento popular ello se convierte en una tentación: el deseo exacerbado de pertenecer a ese grupo. Para esto se exige la renuncia a la razón, que es la que se halla imposibilitada para acceder a esas verdades, pues sólo aquellos que aceptan los dictados de los sentidos son capaces de descubrir los secretos del universo.
«La palabra oculto se ha utilizado desde hace mucho tiempo para designar una colección muy fluida de tradiciones y escritos que bordean de cerca la religión, la magia y la superstición. Aparte de su significado original de secreto o recóndito, oculto tiene una serie de fuertes asociaciones: se refiere a verdades secretas de gran antigüedad, no de descubrimiento reciente». Un ejemplo paradigmático lo encontramos en «el Kabalá [que] enseñaba que mediante un complejo simbolismo de letras y números, las Escrituras pueden revelarnos los secretos más profundos del universo». Pero, claro, esto quedaría reservado a unos cuantos iniciados que, gracias a su conocimiento de ciertos conjuros y a su disposición a enfrentarse a peligros desconocidos, logran descubrir las claves de las analogías y, con ello, el conocimiento pleno, el conocimiento del Absoluto. Los mensajes de acceso restringido introducen en materias abstrusas y peligrosas, a temas profundos a los que no todo intelecto es capaz de arribar. Según sus exponentes, se trata de un tipo de conocimiento prohibido.
Una de las obras literarias más características de la modernidad se enclava dentro de la corriente ocultista, manifestando nuevamente las paradojas del racionalismo. «En su modo particular, Fausto pertenece a esta herencia; aburrido por su vida de estudio, se aplica a fórmulas mágicas y ocultistas para liberarse de los libros polvorientos y adquirir experiencia directa».
Estas creencias ocultas mantienen una guerra sin cuartel contra las múltiples y diferentes iglesias y religiones. De acuerdo con sus gurús o líderes, ellas mismas no son una religión, sino un saber iniciático, al cual se accede como ya dije mediante fórmulas secretas. Muchas veces son maniqueos y gnósticos: dividen al universo en una parte material y otra espiritual, y en ciertos casos creen en dos principios del cosmos, uno bueno y otro malo. La simplicidad es parte de su gran atractivo: para ellos, esas dos partes están relacionadas mediante analogías, correspondencias y símbolos que se revelan a través de acertijos y claves mágicas, y éstos a su vez revelan las profecías que descubren la interconexión de todo lo que existe.
Aquí aparece algo característico de la modernidad, la paradoja: el recurso a la ciencia en estos saberes esotéricos es frecuente. No sólo porque la Kabalá y otros «misterios» semejantes recurran a las claves numéricas, sino también porque cada vez más se mezclan técnicas y espiritualidad. Desde grupos religiosos que llevan en su denominación el recurso a la ciencia hasta aquéllos que pretenden conocer las «técnicas espirituales» necesarias para la salvación. La red de redes no queda fuera de estos movimientos. Internet está creando una nueva espiritualidad que asimila muy bien los dos aspectos propios de la mentalidad actual: un individualismo (el «creyente» cibernético está solo ante su pantalla) y una noción genérica de comunidad (muy propia de la mentalidad New Age, como veremos enseguida), la comunidad cibernética.
El cine es, en buena medida, un espejo de la sociedad, de las ideas en boga, de las modas y las formas de vida. El cine ha reflejado estas actitudes en diversas películas. Como bien ha mostrado Vilallonga, cintas prototípicas son 2001, Odisea del espacio; ET; la tetralogía de la Guerra de las Galaxias; y finalmente Matrix. Resulta casi imposible no añadir otra, que mencioné al principio, Contacto, cuyo tema central es el alcance del conocimiento científico y su limitación para abordar los temas propios de la fe. Todas ellas son fábulas futuristas que presentan el tema de la salvación, aunque cada una de distinta manera. La ya popular y famosa «fuerza» presente en la Guerra de las Galaxias representa una trascendencia abstracta, ausente y de tipo dualista y, por todo ello, se enclava en la corriente New Age.
De la Ciencia y la tecnología a la Espiritualidad Light
En un mundo en el que «los hombres son tratados como cosas, porque es más fácil coordinar cosas que hombres», no es extraño que ellos busquen elementos que los hagan sentirse como lo que son. El utopismo de la modernidad encuentra una de sus paradojas en que no acabó con las «creencias irracionales» sino que por el contrario, las propició. Con la secularización redujo el campo de la religión o las religiones instituidas pero está provocando un crecimiento de cultos, pues «el hombre del postpensamiento, incapaz de una reflexión abstracta y analítica, que cada vez balbucea más ante la demostración lógica y la deducción racional, pero a la vez fortalecido en el sentido del ver (el hombre ocular) y en el fantasear (mundos virtuales), ¿no es exactamente el hombre de Vico? Realmente se le parece. Se le parece también en la credulidad y en la superstición».
Como consecuencia, aparece un ansia de la celebración, del culto al misterio, pero desligado de la objetividad. Así, se convierte en interés por la religión en cuanto algo novedoso, curioso y, de nuevo, subjetivo: el auge de las religiones afroamericanas, fascinación por lo oriental, pluralidad de interpretaciones del cristianismo todo ello con una fuerte carga subjetiva.
Max Scheler decía: «Puesto que el acto religioso es un don esencial de la mente y el alma humanas, no puede haber cuestión de si éste o aquel hombre lo lleva a cabo Queda en pie esta ley: todo espíritu finito cree en Dios o en los ídolos». Bacon intentó acabar con los ídolos con su Novum Organum, hoy temblaría ante las consecuencias de su «nuevo» planteamiento lógico: su racionalidad ha producido multiplicidad de creencias idolátricas.
Justamente es aquí donde aparecen los movimientos Nueva Era o New Age, «que se definen como una red de movimientos espirituales conformados por pequeños grupos autónomos carentes de un liderazgo único, pero con una orientación común: la búsqueda de la transformación individual para colaborar en el advenimiento de una nueva utopía de proporciones cósmicas». De acuerdo con Gutiérrez Zúñiga, viene a ser un amplio movimiento espiritual, que se presenta como compatible con cualquier otra religión y demanda de sus adeptos diversidad de modalidades, tiempos y trabajos, casi siempre caracterizados por un vínculo suave pero penetrante. Puede dar la impresión de contradictorio, pues nos podemos encontrar, por ejemplo, grupos apolíticos y sus opuestos partidistas (como no pocos partidos «Verdes»). En casi todos los casos, se trata de corrientes que o propugnan un panteísmo explícito o concluyen en él y, en el fondo, «todas sus manifestaciones apuntan hacia la existencia de un ser espiritual inefable que se revela a través de la luz y muchas veces del amor», un ser impersonal, abstracto, que se manifiesta a través de enviados: seres humanos o espirituales, ángeles o «daimons».
La preocupación de estos grupos se orienta hacia «problemas descritos como un excesivo materialismo, un descuido de la naturaleza, una separación de la vida espiritual». La utopía que presenta este movimiento es el cambio de época, de una decadente a un renacimiento cósmico. Por eso el recurso al zodiaco, el paso de la Era de Piscis (la fundada por Jesucristo) a la Nueva Era de la Humanidad, la de Acuario. A fines de los años sesenta, el amplio movimiento musical New Age presentó como su himno la canción Acuario. Let Sunshine come in, fiel reflejo de esta mentalidad y de sus ideales.
La mayoría del público de estos movimientos son grupos jóvenes de clase media, con estudios universitarios, que se encuentran en medio de una crisis ambiental, laboral y social, inmersos también en crisis de credulidad humana y divina. «Otros conceptos centrales al New Age son la exploración espiritual, la conciencia cósmica, la perspectiva holística, la evolución espiritual. Entre sus acciones, las ecológicas resultan distintivas, prioritarias y visibles: vegetarianismo, comunas que viven en la idea del regreso a la tierra, cultivo ecológico, industrias de lácteos, textiles hechos a mano, alfarería; así como la creación y uso de tecnologías alternativas tanto de producción como de curación. Entre estas últimas se pueden mencionar terapias tradicionales como la homeopatía, la herbolaria, la aromaterapia, la acupuntura, etcétera. Asimismo el New Age ha promovido una corriente artística de considerables dimensiones, en particular dentro del área de la música con un buen éxito comercial, pero también en la poesía y la danza. Su tono es descrito con adjetivos como “intimista”, “simple”, “natural”, “relajante”, “de armonía interior”. La expresión humana a través de las artes se considera “promotora de energía creativa que permite al individuo fluir en la energía cósmica” » . Todo esto trae consigo un reclamo al aspecto individual para representar su papel en el todo cósmico. Es cada uno el que ha de alcanzar una conciencia cósmica para convertirse en un representante de Gaia (la tierra en su totalidad, que incluye a todos los habitantes del planeta). De aquí la tendencia panteísta, el recurso continuo a la energía de cada ser manifestada por sus «vibraciones». La relación con la tierra es la relación con la divinidad. Cada ser vivo, cada monumento natural o fabricado por el hombre, es parte del gran todo, de la Tierra o la Naturaleza. Es este collage el que constituye la nueva espiritualidad light, sin compromiso, que evade el sufrimiento, descafeína el contenido original de las religiones institucionales y lo cambia por su versión suave, sensitiva, donde predominan «la inmediatez, el impacto, la sensación y la simultaneidad» y «hallamos la contemplación sustituida por la sensación, la inmediatez y el impacto»; es el afán postmoderno de personalizar la relación con la divinidad, de suavizar las exigencias y eludir el sufrimiento y la muerte, de adaptar la religiosidad a cada individuo y evadir los vínculos comprometedores: es la religiosidad subjetiva, la espiritualidad light. Concluyo con una nítida muestra de esta mentalidad, la canción The Miracle, de Queen:
«Every drop of rain that falls in Sahara Desert says it all/ It’s a miracle/ All God’s creations great and small/ The Golden Gate and the Taj Mahal/ That’s a miracle/ Test tube babies being born/ Mothers, fathers dead and gone/ It’s a miracle/ /We’re having a miracle on earth/ Mother nature does it all for us/ The wonders of this world go on/ The hanging Gardens of Babylon/ Captain Cook and Cain and Abel/ Jimi Hendrix to the Tower of Babel/ It’s a miracle it’s a miracle it’s a miracle/ It’s a miracle/ /The one thing we’re all waiting for is peace on earth and end to war/ It’s a miracle we need – the miracle/ The miracle we’re all waiting for today».