Alemania no sólo es un país bello e interesante. Es un lugar donde cultura y barbarie, música y filosofía, poesía y ópera, guerra y paz, catolicismo y luteranismo, castillos y restos de los campos de concentración nazis forman parte de la realidad histórica. No se puede excluir a los judíos de la historia de la cultura alemana, como tampoco pueden ser relegados los turcos del ámbito actual. La estética se funde consigo misma: puentes, casas, bosques, edificios, catedrales y templos destruidos han renacido después de la guerra con un nuevo espíritu, el espíritu que animó el traslado del Parlamento federal de Bonn a Berlín.
Los fantasmas de Lutero, Beethoven, Schiller, Goethe, Brahms, Kant, Hegel, Wagner, Marx, Bismarck, Stresemann, Hitler, Brecht, Adenauer, Brandt, von Karajan rondan por Alemania. Algunos son invocados constantemente, y aunque no todos son alemanes, su huella es casi indeleble.
PROMOTORES Y VÍCTIMAS DEL NAZISMO
Alemania es un complejo histórico. Por ignorancia o mala fe, hay gente que atribuye a este país el inicio de las dos guerras mundiales. En la segunda no hay duda que los nazis, apoderándose del aparato estatal en 1933, impulsaron la guerra seis años después, aunque las raíces del conflicto 1939-1945 se encuentran en el Tratado de Versalles. Todo parece indicar que las potencias vencedoras en 1918 no leyeron La paz perpetua de Kant, donde el filósofo advierte que los convenios internacionales de paz no deberían ser escritos para iniciar un nuevo conflicto posteriormente.
La torpeza de los vencedores de la guerra 1914-1918 se repitió con el apoyo económico, político y moral a Hitler. En 1919 germinó, en Versalles, la segunda guerra mundial cuando apenas se disipaba el humo de la primera.
Los alemanes fueron las primeras víctimas del nazismo y a la vez muchos de ellos promotores de este terrible movimiento. La cadena se extendería por gran parte de Europa. En 1939 el Estado alemán manejado por el ex cabo Adolf Hitler haría temblar el planeta.
Después de una absurda Totaler Krieg (guerra total), Alemania no sólo perdería aproximadamente 10 millones de personas: cientos de miles de prisioneros en la Unión Soviética, pasarían varios años fuera de sus hogares, muchos de ellos no regresarían; sus principales ciudades fueron destruidas; su moral hecha una ruina, con la exhibición de los campos de concentración donde murieran millones de judíos, gitanos, franceses, polacos, húngaros, rusos, ucranianos, bielorrusos, españoles cuyo único pecado fue huir de la guerra civil, austríacos, holandeses, belgas y también un número importante de alemanes opositores a la dictadura totalitaria.
En 1945, no existía el Estado alemán. La depresión tuvo su mayor auge. Resurgieron los escritores. Bertolt Brecht continuó con sus polémicas obras de teatro en la parte oriental de Berlín, Heinrich Böll se volvería uno de los mejores novelistas alemanes de la segunda posguerra. La economía auténticamente de guerra en principio no ofrecía una opción de esperanza. Las industrias habían sido desmanteladas, ¿dónde estaban los empresarios que podrían generar empleos? Los estadounidenses y soviéticos se llevaron a importantes científicos alemanes. Los primeros tuvieron la oportunidad de contar con los servicios del físico Werner von Braun, inventor de las bombas volantes V-1 y V-2, precursoras de los cohetes que llevarían a los astronautas a la luna en 1969.
¿Qué tan culpables fueron los alemanes que permanecieron en Alemania o en Austria y permitieron la barbarie nazi y guardaron un cómplice silencio? ¿Es válida la culpa colectiva? ¿El nazismo es la única práctica racista? ¿Pervive el racismo después del nazismo en Alemania?
Alemania tendría que pagar nuevamente por sus errores y esta vez más duramente. A los ojos de muchos, este país fue el único responsable de la barbarie hitleriana. Nada más falaz. Sin embargo, los políticos e industriales de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, España, Italia, y desde luego Stalin quien fue un breve tiempo aliado del dictador nazi, entre otros, no se sentarían en el banquillo de los acusados.
Theodor Adorno de la Escuela de Frankfurt diría, con acento de depresión, que después de Auschwitz no habría poesía. En parte es verdad, las letras perdieron aliento, el desánimo acogió la filosofía existencialista. La nada se volvió una religión y en Alemania como en otras partes de Europa, los hombres y las mujeres respiraron aún las cenizas de los muertos en batalla, en bombardeos o en campos de exterminio.
Después de 1945, Alemania tenía que ser exorcizada del nazismo, aunque su enemigo totalitario, la Unión Soviética, y las hipócritas potencias occidentales no menos culpables en el conflicto mundial, jugaron el papel de víctimas. Polonia sería entregada por Estados Unidos y Gran Bretaña a la Unión Soviética ¡y pensar que la guerra comenzó para salvar a Polonia de la invasión alemana!
El período de 1945-1949 es uno de los más difíciles de Alemania. La inexistencia del Estado por ausencia de autoridades propias con régimen jurídico hacía tremenda la tarea de la reconstrucción. El Plan Marshall, auspiciado por el gobierno de Harry Truman, alivió de alguna manera la desesperante situación socio-económica alemana.
UNA HISTORIA DE POSGUERRA
En 1949, con Adenauer, una parte de Alemania ocupada por las fuerzas militares de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia da a conocer su Ley Fundamental (Grundgesetz) y, con ella, el inicio de un nuevo Estado: Bundesrepublik Deutschland. En la parte dominada por la Unión Soviética se creó también en 1949 la República Democrática Alemana, país ideológicamente marxista y gobernado por políticos comunistas dirigidos desde Moscú.
Adenauer fue capaz de trazar lineamientos políticos tan claros con las potencias occidentales y con el Estado de Israel, que Alemania no quedó aislada del concierto de naciones. Incluso sobre las víctimas de origen judío que perecieron por la barbarie nazi, el Estado alemán federal firmó un convenio en Luxemburgo, en 1952, donde se comprometía económicamente a pagar la reinserción de refugiados judíos a Israel. Todavía en la actualidad, el gobierno de Alemania paga importantes sumas por concepto de indemnización a los sobrevivientes de campos de concentración.
Levantado el 13 de agosto de 1961, el muro de Berlín trató de impedir la fuga de miles de personas de Alemania Oriental, pues Berlín Occidental estaba enclavado en el corazón de la República Democrática Alemana. Esta barrera física se convirtió en la más terrible cicatriz de la guerra fría y en un desesperado testimonio marxista de represión. La antigua capital del Tercer Reich se volvió la concreción más detallada de la división mundial.
Ludwig Erhard, cerebro económico en el gobierno de Adenauer, logró ser Canciller Federal en 1963 y con ello consolidó el «milagro alemán». En pocos lustros, Alemania Federal se convirtió en una potencia industrial y tecnológica mundial. La democracia alemana necesitaba no sólo equilibrios internos, con un sano sistema de partidos, sino también de una economía sólida que le permitiera desarrollarse sin amenazar a sus vecinos con cañones y bombas.
La partición en dos Estados germanos, no impidió que, deportiva y culturalmente, Alemania se astillara. Todavía en los juegos olímpicos de 1964 sólo se presentó un equipo alemán y ya para 1968, en México, se presentaron dos delegaciones; como dato curioso es importante recalcar que los deportistas alemanes de ambos Estados, al ganar medallas de oro en nuestro país en aquel inolvidable año escuchaban, no sus himnos nacionales, sino el famoso Himno a la Alegría de Beethoven.
ESPERANZAS ALEMANAS
Willy Brandt, quien fuera alcalde de Berlín Occidental con ese cargo recibió a John F. Kennedy en 1963 cuando el presidente de Estados Unidos pronunció aquel célebre discurso, se convirtió en 1969 en la nueva esperanza política alemana, y también mundial, al ser elegido Jefe de Gobierno (Canciller Federal) y promover la distensión con su famosa Ostpolitik que, sin duda, significaba una nueva forma de entender y aplicar la política en medio de una carrera armamentista sin control. De ahí que el gobierno de Bonn se adhiriera al Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares, el 28 de noviembre de 1969.
Brandt poseía, al igual que otros políticos de su partido y partidos oponentes, impecables credenciales para gobernar Alemania Federal, pero este hombre quien abrazó la nacionalidad noruega temporalmente en tiempos de la dictadura nazi, precisamente para combatirla, y que ganara el Premio Nobel de la Paz en 1971, tenía una imaginación espléndida y coraje para tomar decisiones en momentos cruciales. Su visita a Varsovia significó el inicio del nuevo entendimiento entre Alemania y Polonia. Aunque su carrera política se vio interrumpida por un escándalo la infiltración de un espía de la República Democrática Alemana en su equipo de gobierno su prestigio siguió en ascenso y pudo ver la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989. Cuando Brandt falleció en 1992, el gobierno y la sociedad alemanas le rindieron tributo por su brillante trayectoria como un auténtico servidor público y promotor de la paz.
En 1982, Helmut Kohl ganó las elecciones. Su gobierno se extendió hasta 1998. Fue el Canciller de la reunificación, del expansionismo económico y, paradójicamente también, de la creciente frustración social del desempleo. En 1987 buscó un acercamiento mayor con Erich Honecker en Bonn, cuando el máximo jerarca de la RDA visitó la ciudad natal de Beethoven. En realidad la reunificación parecía distante. La prensa local alemana fue dura al respecto: dos banderas, dos himnos, dos Estados.
Sin embargo, la Perestroika de Gorbachov hizo crisis en el modelo totalitario de la República Democrática Alemana. En 1989 el muro empezó a derrumbarse cuando los alemanes de ese Estado que se encontraban en Hungría cruzaron hacia Austria, pues estos dos países habían abierto sus fronteras desde mayo.
Para octubre de 1989 la situación era ya insoportable. Los alemanes del este votaban con los pies, con su exilio demostraban el desmoronamiento de la dictadura del proletariado alemana. La influyente revista Der Spiegel dijo que Leipzig se había convertido en la capital de la revolución, al patentizar su descontento con demostraciones en las que mucha gente desfilaba por las calles de la ciudad donde naciera Richard Wagner, en protesta por el endurecimiento político del gobierno.
El 9 de noviembre, Egon Krenz, sucesor de Honecker, ordenó la apertura de fronteras en Berlín. Con este acontecimiento, Alemania entraba en una nueva fase. Gran Bretaña bajo el gobierno de Thatcher, los comunistas contrarios a la política de Gorbachov en la Unión Soviética e Israel por distintos motivos, vieron con preocupación la fáctica reunificación alemana, que en estricto sentido, visto desde la Teoría General del Estado, fue una incorporación de un Estado a otro.
En 1998, en reñidas elecciones, Gerhard Schröder ganó a Kohl la jefatura del gobierno alemán. La social democracia parece reubicarse en varios escenarios de la Unión Europea.
Ya en 1999 ha entrado en Alemania, y el resto de los países que forman la Unión Europea, la nueva moneda: el euro, que aún no desplaza a las otras monedas de la región.
En tiempos recientes, en una decisión histórica, el Bundestag permitió jurídicamente el reconocimiento de la nacionalidad alemana a todas las personas nacidas en territorio alemán, independientemente de la nacionalidad de sus padres y abuelos. Con ello finaliza esa especie de «racismo jurídico-político» que negaba la nacionalidad alemana a miembros de las minorías entre ellas la turca, no obstante haber nacido y residir toda la vida ahí. Este reconocimiento aparece para beneplácito de quienes creen verdaderamente en los derechos humanos.
Alemania desea replantear sus problemas presentes, revisar su pasado para reconciliarse a sí misma, ver hacia el futuro con una integración económica y social amenazada por el conflicto en los Balcanes que ha durado ya casi una década. Sin embargo, no hay que olvidar que en Sarajevo empezó la primera guerra mundial…, por eso la obra de teatro Esperando a Godot de Samuel Beckett es un drama mundial, europeo, alemán, donde no sabemos exactamente qué esperamos o a quién esperamos y sin embargo estamos aquí.