El trigésimo aniversario de la fundación de la Universidad Panamericana (UP) de la Ciudad de México, sin duda puede revestir importancia, medido el tiempo con el breve lapso de las biografías individuales: treinta años son, con tal parámetro, muchos años. Pero si el metro que se utiliza es el horizonte de vida de las instituciones llamadas a una perduración histórica de serio alcance, treinta años no son nada.
El aniversario, no obstante, se presta al recuerdo, no como ejercicio nostálgico de revivir tiempos pasados, sino como lo que el recuerdo sustancialmente es: una de las principales formas de aprendizaje, que nos previene de su peor peligro: el olvido de lo que se aprendió. Recordar es una forma ¾ y forma típica¾ de aprender, cuando lo que se recuerda es valioso y cuando ¾ como con frecuencia sucede¾ lo que se recuerda tiene el peligro de erosionarse con el inevitable paso del tiempo, lo cual es también un modo característico de perder lo que se aprendió.
Los protagonistas del inicio de esta Universidad están aún con nosotros, a pesar de la brevedad de la vida. Cada uno podrá aportar, en su momento, sus más hondas vivencias, pues es imposible ser fundador de algo perdurable sin haberlo intensamente vivido.
Revivir lo existencialmente vivido acontece ante las circunstancias más imprevistas, que no siempre tienen que ser, como si estuviesen sujetas a la cadencia del tiempo, motivadas por alguno de los aniversarios a los que los hombres con mentalidad de ceremonia tanta importancia les prestan, y quizá con tino, para obligarse formalmente al recuerdo.
Como es sabido en México, la Universidad Panamericana es la única institución de estudios superiores conocida, que surgió de una escuela de negocios, característica peculiar, si no es que rara, ya que estamos acostumbrados a ver que son las escuelas de negocios las que brotan de las universidades, como las ramas del tronco, y no al revés. En nuestro caso, la rama se erigió en el tronco mismo.
¿Síndrome de la torre de marfil?
Hace cinco años, cuando el IPADE cumplió veinticinco – no ya treinta- acaeció una de esas circunstancias que despiertan recuerdos o reviven momentos existenciales significativos. Se trató del artículo publicado en la Harvard Business Review, que presentaba «El complejo caso de la educación del management» [C. Linder y H. Jeff Smith, The complex case of management education, Harvard Business Review, Sept-Oct., 1992, pp, 16 ss.].
El artículo al que me refiero abordaba un espinoso tema, objeto de discusiones hirsutas en los últimos años. El diálogo sobre la utilidad de las maestrías en administración de negocios llegó a ser tan extenso e incisivo, que la revista de la Harvard Business School, pionera de este tipo de estudios, se vio instada, como dijimos, a darle cabida en sus páginas.
Esta cuestión apuntaba, de manera directa, a los cimientos mismos de la Universidad Panamericana: ¿habíamos edificado sobre arena?
En efecto, se estimaba que los profesores de las escuelas de negocios trabajaban más pensando en sus propios colegas académicos que en el bien de las empresas, presentando el síndrome de la torre de marfil, y alejándose de la realidad de los negocios, esto es, de su cliente. Se decía incluso que la academia era un refugio para quienes le tenían miedo a la dura vida mercantil. La enseñanza misma era un costo que se habría de pagar para obtener la oportunidad de dedicarse a la investigación sobre modelos de empresa limpios, silenciosos…e inútiles.
Por parte de los alumnos ¾ principalmente de maestría¾ se subrayaba su impaciencia para ascender a puestos cada vez más altos; su manifiesto desprecio hacia los hombres que trabajaban no ya en la línea, sino en la trinchera, mostrando una sospechosa vocación de Estado Mayor a donde nadie les había llamado, la cual era acompañada de una evidente falta de sensibilidad con respecto a sus colegas, y de experiencia en las más elementales relaciones humanas.
El artículo se preguntaba si sería posible un cambio educativo que transformase a los masters de mediocres pero petulantes en modestos pero ambiciosos. No dejaba también de expresar las ventajas ofrecidas por los graduados en maestría trabajando en empresas y la necesidad de tales estudios. Pero la impresión general ¾ al menos así me lo parecía¾ era finalmente de color gris, si no es que obscura.
En efecto, antes las empresas pedían resultados inmediatos, sin importar los medios. Las personas salían de las escuelas erróneamente preparadas para este requerimiento, y se preocupaban muy poco de ser integrantes de equipos de trabajo o al menos de no generar sentimientos adversos en sus compañeros, al polarizarse sólo en la efectividad. Ahora, en cambio ¾ se decía allí¾ , se piden personas que tengan asimilados los valores fundamentales necesarios para vivir en una sociedad difícil, como es la de la empresa actual, y en un mundo áspero, como es el de los negocios de nuestro tiempo.
El artículo aquí sucintamente resumido me obligó a analizar con cuidado cuál era la situación que guardaba, ante este debate, el programa de maestría de negocios del IPADE, tema estrechamente relacionado con el momento fundacional de la Universidad Panamericana. El master en dirección de empresas (MEDE) es efectivamente el más importante del IPADE, medido en número de horas y sesiones reales de enseñanza: cada alumno analiza, profundiza y resuelve ¾ hasta donde pueden resolverse¾ mil casos de empresas, a lo largo de dos extensos años. Por su parte, el IPADE, como ya se advirtió, es la primera piedra de la Universidad Panamericana, sobre la que se han fundamentado todas las demás, sea como punto de partida, sea como lugar de destino.
Analicemos ahora, pues, cuál es la situación que guarda, ante este debate, el programa de maestría del IPADE.
Un origen temerario
La naturaleza de este programa está indefectiblemente ligada a su origen, que a su vez se encuentra en estrecho nexo con la presente discusión. El IPADE no nació a partir de la academia. Fue fundado por empresarios. Cuando comenzó, recibimos inmediatamente el cuestionamiento de las instituciones universitarias del país más significadas entonces en los estudios de administración, quienes se extrañaron ¾ y así lo hicieron saber en público¾ de que hubiéramos iniciado este trabajo académico desconectados temerariamente de lo hecho antes en México: se trataba a su juicio de un nacimiento anómalo. Se les contestó que no aspirábamos a realizar unos estudios convencionales de administración, aunque por razones históricas fuera una anomalía el que una escuela de negocios tuviera su punto de partida en los negocios, y no en la universidad. Tal era nuestro decidido punto de partida. Pues lo natural parecería ser, al contrario, que la manera de hacer empresa se analizara a partir de la empresa y no de otro lado.
No sólo eso. Debido a una acertadísima recomendación del Instituto de Estudios Superiores de Empresa (IESE, Barcelona), los mismos empresarios fundadores pasaron a formar parte del claustro de maestros del instituto que fundaban. Esta recomendación del IESE resultaba sin duda también desusada y sorprendente, al punto de constituirse en un arranque del todo original y único ¾ hasta donde sabemos¾ fuera del área de influencia del IPADE. Pero lo que resultó en verdad sorprendente fue que estos hombres de empresa ¾ los cuales en su inicio querían solamente fundar una institución¾ aceptaran la propuesta, constituyéndose de este modo en profesores de aquélla. Esto sí podría recibir el calificativo de temerario, teniendo en cuenta que todo comienzo verdaderamente creativo ha de contar con un alto índice de temeridad.
Fue así como el primero y los subsiguientes programas de Alta Dirección de Empresa (AD-2) para directores generales con más de cinco años de experiencia en esa función, fue impartido, en una tercera parte, por empresarios ya entonces significados en la comunidad de los negocios de México: Manuel Senderos Irigoyen (presidente de la Comercial de Seguros y fundador después del grupo DESC), Gastón Azcárraga Tamayo (presidente entonces de Chrysler de México y después del Grupo Posadas, el consorcio hotelero más grande de México), José María Basagoiti (presidente de Tabacalera Mexicana), Baltasar Márquez (director general de Asbestos de México y de Negromex después), Alejandro Álvarez Guerrero (entonces director general de Condumex), Carlos Isoard (director general de Química General S, A, y después subsecretario de Ingresos de la Secretaría de Hacienda), Gabriel Fernández Sáyago (director general de VAM, fabricante de los automóviles Rambler), Eneko Belausteguigoitia (presidente ahora del grupo de ingenios azucareros más importante de la República Mexicana), etcétera.
Este origen y esta originalidad marcaron definitivamente el rumbo de la institución, dispar respecto de otros proyectos al parecer paralelos por su metodología, basada principalmente en la discusión de casos prácticos, pero en realidad del todo divergentes.
Por su parte, el Programa Master surgió en IPADE no como una elucubración de gabinete académico, sino después de que habían pasado por las aulas del Instituto seiscientos directores generales y funcionarios de otras tantas organizaciones. Y fue concebido sólo como un servicio a la empresa, que requería personas capacitadas bajo los mismos principios de empresa, de management, que constituían el gozne de los cursos de perfeccionamiento desarrollados hasta ese momento para los ejecutivos de alto nivel en ejercicio.
Seis características de riesgo
Este origen del IPADE y de su programa MEDE ha sellado, como hemos dicho, su naturaleza, de acuerdo con el apotegma filosófico según el que las cosas son tal como se hacen. El acento pragmático del programa master se señala característicamente por medio de este brevísimo prontuario:
* La práctica totalidad de los alumnos de nuevo ingreso (140 cada año, de 800 candidatos) ha tenido un período de varios años en el ejercicio real del trabajo en la empresa; este trabajo les proporciona la madurez humana requerida para el test de admisión.
* Las tres cuartas partes de la enseñanza versan sobre casos reales prácticos. Frente a las presiones recibidas de muchos para que los casos discutidos en el IPADE tuvieran un carácter preferentemente nacional, el Instituto se sostuvo siempre presentando un material de trabajo universal, tanto en el tiempo como en la geografía, lo cual ahora, ante la realidad de la globalización de los mercados y de la interculturización, se muestra sin duda como clarividente.
* Uno de los siete trimestres que componen el programa debe cursarlo el alumno en una empresa, contratado como funcionario de ella, para llevar a cabo un proyecto concreto calificado por la empresa misma y por el preceptor académico. El Master ha elaborado en su historia más de mil proyectos o estudios, la mayoría de ellos aplicados después en la propia empresa. De esta manera se desarrolla en parte la propuesta alemana de educación para la dirección in situ a la que nos hemos referido en otra ocasión.
* El predicho trabajo es una de las fórmulas eficaces con que el IPADE cuenta para vincular a su graduado master con la empresa en que será contratado. Durante tres meses de intenso trabajo la empresa conoce al alumno y éste a la empresa, lo cual no es menos importante. En muchos casos el trabajo de este trimestre constituye la primera etapa de la contratación, y de una larga carrera dentro de la empresa, evitándose así las sorpresas y extrañamientos de las organizaciones que contratan a un candidato atendiendo sólo a su título, tal como ha sido descrito en «The complex case of management education».
* El IPADE ha mantenido como política fundamental ¾ así se lee en uno de sus documentos básicos y así ocurre en la realidad¾ que los mismos profesores que enseñan en los programas para Directores Generales sean quienes lo hagan en el programa Master. El profesor no tiene así problema alguno para relacionarse con la empresa y para bucear en sus problemas. Se constituye, al contrario, como un cable de conexión entre las experiencias y necesidades de los empresarios y la preparación académica de los futuros graduados.
* Los profesores del IPADE tienen, por política y obligación, que llevar a cabo trabajos de consulta real en la empresa a nivel de alta dirección. Son muchos los que pertenecen desde años antes a varios consejos de empresas, en ocasiones como presidentes de ellas. Al profesor que no logra sostener una inserción dentro de la empresa, le faltará su campo natural de investigación y tarde o temprano será dado de baja del Instituto, si no es que él mismo lo hace al ver incumplido su papel.
A nadie se le escapa que las seis notas de este breve prontuario del master lo configuran como un programa excesivamente pragmático. En efecto, se parece más a un curso de capacitación de ejecutivos en ejercicio que a un curriculum propiamente universitario. El programa master del IPADE adolece sin duda de este defecto, siempre que no se considere que poco académico connota al calificativo de poco riguroso.
Un equilibrio armónico
De cualquier manera, el problema que actualmente se presenta en el IPADE es de signo contrario del que encaran, según acabamos de ver, la generalidad de las escuelas de negocios en el mundo. Éstas tienen la necesidad de vincularse con la vida de los negocios; el IPADE, en cambio, requiere desvincularse de la vida de los negocios, aunque evidentemente sólo de un modo parcial. Por lo que hemos dicho, su enseñanza resulta en exceso pragmática, y necesita tal vez un mayor coeficiente de teoría, no en el sentido de conceptos abstractos y generalizaciones omniabarcantes, que sirven de poco para la vida de la empresa, sino en el sentido del theorein griego, esto es, visión de horizonte. Pues el pragmatismo es no pocas veces corto de vista.
Como en el master del IPADE lo que cuenta sobre todo es el ejercicio práctico, la vivencia de los negocios (el método del caso), y ésta no puede encapsularse en fórmulas teóricas sino que, valga el pleonasmo, debe vivirse, su carga académica ¾ el número de lecciones impartidas¾ es la mayor de cualquier maestría de su género conocida en el mundo. Esto, que tiene un lado bueno por lo que implica de ejercicio, tiene su cara mala en lo que entraña de duración.
Por otra parte, si se analiza el claustro de profesores del Instituto sorprende la escasa proporción de doctores con que cuenta. Varios de los integrantes de su faculty tienen sólo el grado de maestría, al que se agrega una cadena sin fin de cursos breves tomados en diversas partes del mundo ¾ preferentemente en Estados Unidos¾ , en distintos años, y la presencia de uno o dos partners, verdaderos amigos y colegas de otras universidades, con los que mantienen una cerrada relación biunívoca que constituye un fecundo training mutuo. Se trata de un «doctorado» sui generis que persigue más la atingencia del aprendizaje que el artificio de la titulación; pretende el aprendizaje dentro de la turbulencia coyuntural de los negocios y la dispersa y radial geografía de las culturas y los mercados, antes que la reverencial sumisión a un título con valor curricular, pero quizá devaluado en sus frutos, medidos éstos en términos de enseñanza efectiva, y en resultados de balance económico y social.
Esta escasa proporción de doctores formales es considerada por el IPADE como un defecto de la institución, pero sabe que es un defecto fácilmente superable. Sabe que hoy es posible la fabricación de doctores en serie, y prefiere remediar el defecto sin perder la característica principal que hemos denominado atingencia de aprendizaje. En especial, cuida de que el doctorando adquiera antes la camiseta ¾ el espíritu, el criterio, la madurez prudencial¾ que el título, ya que ha tenido experiencias acerca de lo difícil que es conseguir ambas cosas simultáneamente.
De cualquier manera, se considera que es más fácil academizar a un empresario que ¾ permítasenos la expresión¾ empresarializar a un académico. Quien haya intentado seriamente esto último se encontrará con frecuencia tratando de hacer un cuadrado redondo. Se buscan doctores que se adentren en la entraña de la empresa para servirla y no que se salgan por la tangente de las condecoraciones curriculares.
Tal vez esto no sea válido para cualquier otro campo de la actividad humana, pero sí resulta seguro para el campo de la enseñanza del management: el camino a recorrer se hace más asequible si se asciende de la práctica a la teoría que si se desciende de la teoría a la práctica. La enseñanza de los negocios debe guardar un equilibrio armónico de estas dos direcciones. Pero este equilibrio, de conseguirse, se logrará partiendo de la práctica, no de la teoría.
El tiempo dio la razón
De cara al complejo caso de la educación del management, deben reseñarse también otros trazos que, para bien o para mal, componen el diseño general del master del IPADE.
* Por azar de las circunstancias, el primer director de la institución y profesor fundador de ella, fue una persona versada, como todos, en la vida de los negocios (en este caso negocios familiares), pero dedicado intelectualmente a la antropología filosófica. Esta circunstancia casual, o al menos inintencional, otorgó en los programas del IPADE una importancia a los aspectos culturales de la organización, a la psicología de la conducta, a los valores de la amistad en el comportamiento, y a la proximidad en las relaciones personales, temas que solían estar ausentes o deficientes en programas paralelos. En este sentido, se ha dicho que el IPADE prepara a sus alumnos más en el oficio de hombres que en el oficio de directivos. Después de 30 años de trabajo con esa fuerte orientación, puede asegurarse que en la empresa es menos importante el director que el hombre, en caso de que ambas dimensiones, la directiva y la humana, pudieran separarse.
* En cambio, por destino fundacional, y no por azar histórico, una de las bases más sólidas del programa master es su dimensión ética, ya que el IPADE nació bajo el auspicio de empresarios que se señalaron como misión la difusión de una manera de hacer negocios concorde con un concepto cristiano del hombre. Esta característica de fundación, que fue muy criticada (incluso por varios de los asesores internacionales de prestigio con los que contó el Instituto desde su nacimiento), se presenta ahora como una de sus características diferenciales y ¾ puede decirse sin temor¾ competitivas. La preocupación ética no cristaliza en el IPADE en unos cuantos cursos a se, sino que se incorpora como una dimensión de todas las áreas o materias desde el marketing a las finanzas, desde la dirección general hasta la de operaciones.
Como la ética es un factor humano inseparable de la vida, se encuentra incorporada en los profesores ¾ y de ahí se proyecta a los programas¾ al revés de lo que suele acaecer en muchas instituciones, que cuentan con programas tal vez densos en cuestiones éticas, pero impartidos por profesores con una vida moral desorientada.
* Otra vez por azares coyunturales, y no por causa de un estudio preconcebido, los profesores que roturaron el área de política de empresa tenían un rico background de trabajos en la línea y configuraron su área bajo la idea de que la planeación estratégica no debía concebirse por un staff separado de quienes tenían sobre sus espaldas la tarea de hacer el negocio. Este enfoque ha prevalecido en los estudios de dirección general, y se encuentra del todo paralelo al énfasis pragmático de la institución. La política de empresa que se enseña en el IPADE apuesta más a la fórmula de desarrollar las habilidades y acciones de negocio, contando con una organización mínima, que al desarrollo de la organización de la que se desprendan después los negocios. Se desinflan así en buena parte las ínfulas de los postgraduados de master erróneamente preparados para moverse en grandes corporativos centrales alejados de la operación real de las empresas. Ésta es una de las razones por las que la mitad de las personas que cuentan con el título de master del IPADE se hallan al frente de sus propios negocios, sean creados, sean adquiridos por ellos; y que esta proporción se incrementa a medida que crece a su vez el número de años desde que recibieron su título.
* También debido a la filosofía fundacional de la institución, el IPADE optó desde el principio por enfatizar en sus enseñanzas el trabajo en equipo, aunque el método del caso implica ya de suyo un aprendizaje necesariamente social. Todos los alumnos se dividen en grupos de diez a doce personas. Sus reuniones diarias, de dos horas de duración, durante los dos años del programa, revisten tanta formalidad curricular como las sesiones plenarias. Cuentan con un asesor del equipo que fomenta en ellos las cualidades asociativas con privilegio sobre las de preponderancia.
Las calificaciones tienen un carácter privado. No hay primeros de la clase ni últimos de ella. También este sistema ha sido duramente criticado por instituciones colegas, apelando a la disminución del sentido de la competitividad, base de la dinámica de los negocios.
Competentes antes que competidores
El IPADE mantiene el principio de que su alumno ha de ser competente antes que competidor, y le concierne ganar metas altas en sociedad con otros, antes que ganarle a alguien como pionero solitario. La corriente actual del manejo de los negocios parece ahora, aunque incipientemente, darle la razón. Aludiendo al hecho de que para algunos la competencia frente a los demás es el valor absoluto de la educación, alguien ha dicho irónicamente que, en tal caso, la calidad de las empresas sólo se incrementaría cuando lograran que hubiera cada vez más primeros lugares en cada clase, como si en una liga de fútbol pudieran darse varios equipos campeones simultáneos. El IPADE confiere el premio Ingenio y Constancia, aportado por uno de sus miembros fundadores, al alumno más destacado en estas dos cualidades, motivando a los alumnos con cierto sentido de competitividad; pero el ingenio y la constancia se miden en el contexto del trabajo en equipo, no en el de un campo sembrado de ególatras individualistas.
De esta manera, las circunstancias coyunturales y las decisiones fundacionales se han ido trenzando en la configuración del master del IPADE de modo que en él la enseñanza de los negocios no aparece tan complicada como otros la pintan. El caso de la maestría del IPADE no es un caso complejo sino experimentalmente afortunado.
Impacto decisivo
Lo anterior es una pincelada, aunque importante, de un dato de aniversario. Otros podrán señalar aspectos diferentes al que ahora se ha subrayado. Pero el que hemos aludido aquí es ilustrativo, porque el IPADE, y su programa más universitario ¾ el Master en Dirección de Empresas¾ , ha dejado de alguna manera huella en las quince licenciaturas de la Universidad Panamericana, y en otras tantas especialidades, maestrías y doctorados subsecuentes, que fueron creados después de esta piedra primera: tales servicios educativos se iniciaron con el repetido intento de atender las necesidades de las organizaciones y empresas, especialmente, aunque no únicamente, privadas. Las sedes Universidad Panamericana en Guadalajara y Universidad de Bonaterra en Aguascalientes, perteneciente también a la UP, se originan, de forma análoga, en el grupo de empresarios que constituyeron la primera generación del Programa de Alta Dirección impartido por el IPADE en las ciudades mencionadas.
Lo anterior alcanza también a los estudios de humanidades, como Derecho, cuyos graduados ocupan importantes cargos en los corporativos jurídicos de empresas nacionales e internacionales, y los de Pedagogía, con una fuerte orientación hacia el desarrollo de los integrantes de las empresas. Tampoco un campo de estudios al parecer tan ajeno a las actividades mercantiles, como es el de la filosofía, se escapa del radio de estas finalidades. También el hombre de empresa se ha hecho destinatario de las actividades de la filosofía. Los estudios hechos en esta Facultad sobre la antropología de la dirección y sobre la ética en las corporaciones mercantiles pueden considerarse como las más avanzadas investigaciones hechas en México. En este campo puede decirse, igualmente, que la Universidad Panamericana ha resultado pionera, y de ningún modo casualmente pionera, dando hace muchos años los primeros pasos en un campo ¾ el de la ética de los negocios¾ que era entonces no ya poco usual sino literalmente exótico.
Las mismas carreras de medicina y enfermería, las últimas emprendidas por la Panamericana, se llevan a cabo, precisamente, en un momento, tampoco casual, en el que el problema de la salud pública se encuentra, no sólo en México, sino en la mayoría de los países del mundo, en entredicho como servicio prototípico del Estado, y aparece en el horizonte, de un modo decidido o tímido, según los casos, como menester de las organizaciones privadas, e incluso como deber de éstas respecto de sus trabajadores, tanto en el campo de la restauración de la salud, como, sobre todo, en el ilimitado ámbito de la salud preventiva.
El reproche de pragmatismo, o aun mercantilismo, que esta orientación de la enseñanza universitaria pudiera haber en aquel tiempo recibido, queda ahora contradicho por la realidad mundial cuando, ante los sorpresivos, radicales y recientes cambios de la geografía política, se ha podido ver con nitidez lo que ya antes no pocos sabíamos con certeza: que la empresa particular está llamada a ejercer un papel decisivo en el conglomerado social contemporáneo, y que es por ello necesario e imperioso dotarla de un alto sentido de misión y de servicio, ya que no basta su demostrada eficacia en el mero ámbito económico y utilitario.