No, madre, mejor no veas esa película, ¡es demasiado fuerte para ti!
No sé si a ustedes les ha ocurrido algo similar, pero creo que no soy caso único; la censura actual es de hijos a padres, no al revés. ¿Qué implica esa palabra fuerte? Pueden ser muchas cosas: violencia, sexo gratuito, falta de lógica y lo peor es que cuando me advierten, tienen razón. El estómago de los jóvenes acostumbrado a tanta negrura resiste mucho más que el de los mayores. Los parámetros del asco, el espanto y la admiración han evolucionado mucho, al compás de los medios de comunicación.
Estos medios han desarrollado un apetito excesivo por lo anormal, lo feo e incoherente confundiéndolo con lo nuevo y lo distinto, aquello que puede fascinar la atención por un tiempo. Muchos comportamientos violentos, truculentos o pornográficos se presentan además como algo objetivo y neutral, y la realidad es que tienen un efecto perverso en los espectadores, hacen que admiremos o detestemos justo lo que ellos quieren.
Sería muy difícil y totalmente ilógico que una persona intentara vivir ajena a las miserias, penas y tristezas de nuestro mundo, dar la espalda a la tragedia que envuelve a tantos seres y pueblos no es coherente. Dedicarse a mirar sólo lo bello, lo positivo, como si no pasara nada, sería hueca frivolidad, pero no podemos hacer lo contrario: atiborrarnos de imágenes y relatos progresivamente sangrientos, dolorosos, degradantes tampoco éste es un camino cuerdo.
Hacer espectáculo de los vicios públicos y privados recreándolos y animando a recrearse en ellos, puede ser un buen negocio para algunos, pero no por ello deja de ser un vicio del que no se sigue ningún bien social.
El espectador, una vez relajado en la butaca de cine o ante el televisor, es prácticamente incapaz de cortar esas escenas frenéticas y dramáticas cuando ha comenzado a verlas. Y es que todos nacemos con nuestro presupuesto de violencia, maldad, sadismo, junto con el de bondad, ternura y compasión; dependiendo de cuál alimentemos se desarrolla nuestra gusto y personalidad.
En el momento actual hay casi una conspiración de la violencia, en donde la basura, los comportamientos de gusanos, la fealdad irredimible, el horror y la depravación son aclamados por su brillantez y originalidad. Los protagonistas que ofrecen las pantallas son más despreciables que cualquier mortal que conocemos.
Nuestra portada no es sólo una forma gráfica de presentar una idea, los grupos sociales nos suicidamos si no cortamos esa atmósfera opresiva, ese afán de exaltar la brutalidad y la violencia. No vayamos a exclamar como el poeta maldito Leopoldo María Panero que lanzó este grito desgarrador: “¿Será mi alma un buen alimento para perros?”.
¿Quién debe trabajar por ello? Desde luego los profesionales de los medios con su conocimiento del terreno y su talento, pero esto sólo lo pueden hacer con el apoyo de los usuarios, está comprobado que el remedio está en manos de ese ente al que invocan como supremo juez productores y publicistas: el público en general.