Victoria
Joseph Conrad
Novela
Alfaguara. Madrid. 1995, 372 págs.
Joseph Conrad
Novela
Alfaguara. Madrid. 1995, 372 págs.
“Hijo de un padre cínico y desencantado, Axel Heyst negocia con carbón en una remota isla malaya. Cuando fracasa decide alejarse de la humanidad. Pero los personajes de Conrad —uno de los novelistas mayores de nuestro siglo— tienden a la nobleza, y Heyst pone todo su cinismo en peligro por ayudar a una muchacha en apuros. El volcán que preside el archipiélago pone su nota terrible en el drama final”. Hasta aquí parte del desafortunado texto de la contraportada del libro que nos ocupa. Efectivamente, una mirada superficial a la trama de Victoria, nos haría suponer que estamos frente a una novela más de aventuras exóticas y personajes sentimentaloides. Nada más alejado de la verdad, a lo largo del texto encontramos un complejo y apasionante retrato de la naturaleza humana según Teodor Józef Konrad Nalecz Korzeniowski, nacido en la Ucrania polaca en 1857, ciudadano británico en 1886 con el nombre de Joseph Conrad, y fallecido en 1924.
A través de los protagonistas, trazados con vigor y maestría, Conrad nos sumerge en el fragor interno de almas sin esperanza, fatalmente condenadas a la esclavitud de sus pasiones. El cuadro sicológico que se dibuja es complejo y oscuro, no así el ritmo de la narración que nos conduce rápidamente a un final trágico e inesperado. En lenguaje cinematográfico, Conrad nos mantiene al filo de la butaca a través de los hechos, y en constante aprehensión al recorrer los oscuros laberintos mentales que los suscitan.
A semejanza del “Roseblum” que atesora todos los secretos del Ciudadano Kane, la expresión “¡Nada!” que pone fin a este obra, contiene todo el sentido de la novela. Heyst, Lena, Mr. Jones, Ricardo, Pedro y Wang, encarnan la extensa gama de incertidumbre, desconsuelo y extravío que suele acompañar a quienes viven la vida sin asidero trascendente, conformándose con asumir la existencia como una molesta sucesión de acontecimientos determinados por un destino ineludible. No hay ambiciones nobles ni valores que guíen la conducta aunque subsiste un atisbo de anhelo por hallar explicaciones concretas en lo cotidiano. Labor imposible y lastimera cuando se descubre que el mal y el bien libran una lucha desigual en la que normalmente domina el primero, porque el segundo exige heroísmo.
La lectura de Victoria admite dos alternativas. La primera, como simple novela de aventuras y la segunda como un intento serio por analizar en cada personaje las paradojas propias del existencialismo. Ambas tan bien logradas, que seguramente dejarán complacido al lector.
A través de los protagonistas, trazados con vigor y maestría, Conrad nos sumerge en el fragor interno de almas sin esperanza, fatalmente condenadas a la esclavitud de sus pasiones. El cuadro sicológico que se dibuja es complejo y oscuro, no así el ritmo de la narración que nos conduce rápidamente a un final trágico e inesperado. En lenguaje cinematográfico, Conrad nos mantiene al filo de la butaca a través de los hechos, y en constante aprehensión al recorrer los oscuros laberintos mentales que los suscitan.
A semejanza del “Roseblum” que atesora todos los secretos del Ciudadano Kane, la expresión “¡Nada!” que pone fin a este obra, contiene todo el sentido de la novela. Heyst, Lena, Mr. Jones, Ricardo, Pedro y Wang, encarnan la extensa gama de incertidumbre, desconsuelo y extravío que suele acompañar a quienes viven la vida sin asidero trascendente, conformándose con asumir la existencia como una molesta sucesión de acontecimientos determinados por un destino ineludible. No hay ambiciones nobles ni valores que guíen la conducta aunque subsiste un atisbo de anhelo por hallar explicaciones concretas en lo cotidiano. Labor imposible y lastimera cuando se descubre que el mal y el bien libran una lucha desigual en la que normalmente domina el primero, porque el segundo exige heroísmo.
La lectura de Victoria admite dos alternativas. La primera, como simple novela de aventuras y la segunda como un intento serio por analizar en cada personaje las paradojas propias del existencialismo. Ambas tan bien logradas, que seguramente dejarán complacido al lector.