Diario de un aspirante a santo
Georges Duhamel
Novela
Ediciones del Equilibrista. México. 1994, 140 págs.
Georges Duhamel
Novela
Ediciones del Equilibrista. México. 1994, 140 págs.
Imagine usted a un vulgar empleado de oficina a quien se le ocurre una buena mañana trascender de algún modo en la vida, y barajando las diversas posibilidades que se le presentan, decide que lo más fácil para él es convertirse en santo. Pues es eso lo que le ocurre a Luis Salavin, el autor del Diario de un aspirante a santo.
Después de la sorpresa inicial uno va dándose cuenta de los pocos recursos de que Salavin dispone: sus intentos de autocontrol; su servicial respeto hacia su jefe… pero llega al colmo cuando decide abandonar (en toda regla) a su mujer, para imitar los modelos eremíticos que encuentra en las vidas de santos, y se quita el abrigo un día de invierno en plena calle para dar sus ropas a un menesteroso. Todo esto forma el retrato, medio en broma, de un hombre “santo”, según el concepto intuitivo y vago de Salavin. Porque el fondo de todos sus problemas es este: que quiere ser santo, pero no tiene fe, y aceptado este principio, el resto se desprende como por un mecanismo lógico.
Sin duda que el lector que dispone de un poco de información encontrará estériles todos sus esfuerzos; si la santidad fuera algo tan fácil de conseguir ya la habrían acaparado los gringos.
La novela está correctamente escrita, y para los fines que persigue, es perfecta: un texto puramente distractivo, sin mayores pretensiones. Aunque, a decir verdad, la historia puede no agradar a cualquiera: si se entiende como una comedia, las confusiones de Salavin son intrascendentes; pero si se le mira como una parodia, la cosa es más difícil: podría pensarse que se mofa de algo que es sagrado. Y no puede mofarse así.
A pesar de todo, Salavin es un personaje humano y amable, sea por su modesta posición o por sus ambiciosas pretensiones. Porque, dicho sea de paso, a pesar de sus heróicos esfuerzos, nuestro héroe jamás habría llegado solo a su objetivo.
Después de la sorpresa inicial uno va dándose cuenta de los pocos recursos de que Salavin dispone: sus intentos de autocontrol; su servicial respeto hacia su jefe… pero llega al colmo cuando decide abandonar (en toda regla) a su mujer, para imitar los modelos eremíticos que encuentra en las vidas de santos, y se quita el abrigo un día de invierno en plena calle para dar sus ropas a un menesteroso. Todo esto forma el retrato, medio en broma, de un hombre “santo”, según el concepto intuitivo y vago de Salavin. Porque el fondo de todos sus problemas es este: que quiere ser santo, pero no tiene fe, y aceptado este principio, el resto se desprende como por un mecanismo lógico.
Sin duda que el lector que dispone de un poco de información encontrará estériles todos sus esfuerzos; si la santidad fuera algo tan fácil de conseguir ya la habrían acaparado los gringos.
La novela está correctamente escrita, y para los fines que persigue, es perfecta: un texto puramente distractivo, sin mayores pretensiones. Aunque, a decir verdad, la historia puede no agradar a cualquiera: si se entiende como una comedia, las confusiones de Salavin son intrascendentes; pero si se le mira como una parodia, la cosa es más difícil: podría pensarse que se mofa de algo que es sagrado. Y no puede mofarse así.
A pesar de todo, Salavin es un personaje humano y amable, sea por su modesta posición o por sus ambiciosas pretensiones. Porque, dicho sea de paso, a pesar de sus heróicos esfuerzos, nuestro héroe jamás habría llegado solo a su objetivo.