Del dogmatismo y sus consecuencias

A nadie le gusta que lo califiquen de dogmático. El término suena mal, tiene carácter peyorativo. Se emplea en tono de acusación e implica rectificar la actitud porque resulta desacertada. Quien recibe ese calificativo experimenta una resistencia instintiva a aceptarlo. Sin embargo, en la práctica, resulta más frecuente de lo que parece.
Pensemos, por ejemplo, en el padre de familia que se sitúa muy por encima de sus hijos y, al mismo tiempo, quiere que piensen como él en todas las materias; que tiene ideas fijas y es inflexible en sus puntos de vista; rechaza la música que sus hijos escuchan, su forma de vestir, no se interesa por ellos y, en cambio, exige su sumisión incondicional, no acepta sus errores, es contundente en sus afirmaciones y no da lugar al diálogo. Esta caricatura de un padre dogmático puede coincidir con la realidad en algunos casos, o al menos, en ciertos aspectos.
Dogmático es quien da la impresión de que todas sus afirmaciones tienen la categoría de dogma, de una verdad absoluta e infalible, aunque se refieran a cuestiones opinables e incluso de poca importancia.
En una primera explicación, diremos que la actitud dogmática se origina en los rasgos caracteriológicos de quien sustenta esta postura: temperamento fuertemente emotivo, apasionado, dominante, propenso a la precipitación, arrebatado, poco reflexivo. Ciertamente, por esta vía psicológica se puede encontrar una respuesta ilustrativa. Sin embargo, cabe intentar una explicación de carácter filosófico, preguntándonos sobre la concepción de la verdad que da origen a esta actitud. ¿Cómo concibe la verdad el dogmático, que parece tan seguro de poseerla siempre, y da la impresión de que en él no cabe el error?
Una definición
La filosofía realista afirma que la verdad consiste en la adecuación de la inteligencia con la realidad, de manera que una persona está en la verdad cuando conoce las cosas como son. Y el sentido común reconoce tres principios, por demás evidentes: la capacidad de la inteligencia humana es limitada; la realidad es compleja; y la verdad está en las cosas antes que en el pensamiento. Cuando se traicionan estos principios, se incurre en el dogmatismo. Veámoslo siguiendo ese orden.
En primer lugar, si se sobrevalora la capacidad de la inteligencia y se considera fácil conocer la verdad, se da lugar a una exagerada seguridad de estar siempre en la verdad.
En segundo lugar, si al conocer la realidad se reduce o simplifica su contenido, también se pensará que es sencillo conocerlo todo con certeza y sin error y, por lo tanto, no se fundamentará ninguna afirmación.
En tercer lugar, si se considera que la verdad está en la mente humana antes que en la realidad, entonces se podrá prescindir de la realidad porque la razón del hombre se bastará a sí misma para conocer la verdad.
Con estos elementos podemos afirmar que el dogmatismo es el convencimiento de que la inteligencia humana puede conocer siempre la verdad, con facilidad y plena certeza, sin necesidad de fundamentarla ni confrontarla con la realidad. Finalmente, se traduce en la actitud de aferrarse, de forma irracional, a la supuesta verdad que se posee.
Una vez establecido qué es el dogmatismo, habrá que analizar algunas consecuencias, ilustradas con ejemplos concretos.

Cuando se sobrevalora la inteligencia

1. El exceso de confianza en la propia capacidad intelectual, o en la de aquél en quien se deposita esa confianza, suele hacer al sujeto inflexible y rígido; no admite matices ni excepciones a sus puntos de vista, aunque las circunstancias así lo requieran, pues vive aferrado tercamente a la única línea posible de pensamiento: la suya.
Consideremos la situación del director de un colegio apoyado, exclusivamente, en sus inmodificables esquemas al realizar el trabajo. Recibe sugerencias de profesores y padres de familia que perciben que el modo de manejar la escuela no se acopla del todo a la realidad. El director, incapaz de ajustar con flexibilidad sus criterios a las circunstancias, no acepta tales sugerencias y comienzan los conflictos con profesores, padres de familia y alumnos, por su modo unilateral de proceder. Sigue sin rectificar –su falta de flexibilidad no se lo permite–, lo que le produce una creciente tensión interior que no sabe resolver. Más aún, tal estado de ánimo hace crecer progresivamente su rigidez, generando un círculo vicioso: la inflexibilidad inicial origina conflictos; los conflictos generan tensión; ésta aumenta la rigidez, y así, sucesivamente, hasta llegar al rompimiento de la personalidad.
2. La seguridad del dogmático se manifiesta ordinariamente en afirmaciones tajantes, pues las cosas no pueden ser de otro modo a como él las ve. La realidad rara vez ocurre en blanco o negro, casi siempre mezcla otras tonalidades –como dato ilustrativo, la pantalla de la Macintosh proyecta 256 matices de gris–, pero en el caso del dogmático, es tal la confianza en el propio punto de vista, que no hay lugar para precisiones. Las afirmaciones dogmáticas suelen ir acompañadas de calificativos exagerados y, en consecuencia, falsos.
Algunas expresiones que ejemplifican lo anterior: “el existencialismo es una corriente filosófica totalmente equivocada”; “la filosofía aristotélico-tomista ha quedado completamente superada”; “la nueva era (New Age), bajo el signo de Acuario, hará al hombre absolutamente feliz”; “la sociedad ha perdido todos los valores morales y la pérdida es irreversible”.
3. El dogmático no da cabida al diálogo. Dialogar significa cambiar impresiones, escuchar, y comunicar ideas, con el objeto de profundizar en el asunto de que se trate y conocerlo con objetividad. Esto supone flexibilidad, apertura, capacidad de rectificación, condiciones que no existen en quien sólo pretende ser escuchado e imponerse.
Frecuentemente los padres no se entienden con sus hijos pues mantienen cierta distancia ante ellos para no perder autoridad. Esto les hace incapaces de reconocer sus errores frente a los hijos, y de rectificar cuando se equivocan. En consecuencia, la conversación se convierte en monólogo, porque el hijo, ante esa actitud, prefiere no decir nada.

Consecuencias por reducción o simplificación de lo real

a) La tendencia a hacer juicios parciales, incompletos, sin matices, resulta falsa porque no corresponde cabalmente a la realidad. En el dogmático, estos juicios suelen expresarse con gran seguridad y contundencia, precisamente por la falta de matices.En el conocimiento de otras personas, el dogmático proyecta su reduccionismo y su superficialidad mediante clasificaciones simplistas; buenos o malos, inteligentes o tontos, trabajadores o perezosos, eficaces o ineficaces, progresistas o conservadores, de izquierda o de derecha. Le bastan unos cuantos datos para catalogar a una persona. Y una vez colocada la etiqueta, juzga todos sus actos en función de ella, sin detenerse a analizarlos en concreto. Si la etiqueta es negativa, la persona no podrá hacer nada que tenga valor; si es positiva, se idealizarán todas sus acciones.
b) La inclinación al simplismo y a la superficialidad le lleva a no fundamentar sus ideas, a prescindir de argumentos para demostrar lo que piensa, pues, una vez hecha la reducción, le parece que todo es claro y evidente. De aquí que con frecuencia haga afirmaciones gratuitas, se apoye sin necesidad en “argumentos de autoridad”, o prescinda de la jerarquía que hay entre las verdades. Tres modos de proceder carentes de fundamento objetivo. Existen personas muy responsables que no jerarquizan las diversas obligaciones que deben atender en su vida ordinaria. Todo les parece “igualmente urgente e importante”, porque no saben distinguirlo de lo secundario. El resultado no es otro que la angustia y el agobio permanentes.
c) Si a la falta de argumentos racionales para fundamentar los propios puntos de vista, se añade una buena dosis de emotividad, de apasionamiento por lo que se sostiene, entonces el dogmático incurre en el fanatismo. Fanático es aquel que promueve o defiende con vehemencia una idea, sin comprenderla en su verdadera medida. Ordinariamente supone una exageración, provocada por la carga emotiva y la ausencia de reflexión.
De su equipo de fútbol, el fanático asegura que es el mejor de todos, aunque los resultados digan lo contrario. Está convencido de que su partido político resolverá todos los problemas, aunque no sepa cómo lo llevará a cabo. De la institución eclesiástica o del movimiento religioso al que pertenece, afirma ser el único capaz de ayudar verdaderamente a las personas, a la vez que critica superficialmente cualquier otra opción.

Si se prescinde de la realidad

* Quien elabora sus ideas al margen de la realidad se parece al arquitecto que proyecta un edificio sin tener en cuenta el terreno donde deberá construirse. Si prescinde de las condiciones del terreno, resulta mucho más fácil proyectar una obra armónica y modulada porque no encontrará ninguna limitación a su inspiración. El problema surgirá cuando quiera convertir su proyecto en realidad, cuando descubra que el terreno “no le sirve”, porque sus dimensiones y niveles no coinciden con los que él concibió. El racionalista evita encontrarse en esta última situación, mediante el simple procedimiento de mantener sus ideas dentro de sí, sin confrontarlas con la realidad. Para fortalecer su posición, tampoco admite que otros penetren en sus concepciones y pretendan cambiarlas. El resultado final es un hombre “cerrado”, que se aferra rígidamente a sus puntos de vista –de aquí su dogmatismo– y rechaza toda posibilidad de modificación y de cambio.
Los llamados “tradicionalistas” dentro de la Iglesia encarnan esta postura. No comprenden que la Iglesia deba abrirse a las exigencias del mundo contemporáneo, adaptarse a las nuevas circunstancias históricas, sin modificar elementos esenciales de su estructura y funcionamiento. Para ellos todo es esencial y nada puede ser modificado: la Misa debe celebrarse exclusivamente en latín y el sacerdote debe permanecer de espaldas al pueblo durante la celebración; no puede haber diálogo con los miembros de otras religiones, porque nada hay que aprender de ellos, ni posibilidad de acortar las distancias; en definitiva, la única manera de salvar la fe católica consiste en mantener una postura cerrada y estática que la preserve de cualquier contaminación que pudiera surgir en el proceso histórico.
** Hay personas que, ante los problemas provocados por el factor humano –cuya solución consiste, en buena parte, en la atención personal de quienes se encuentran involucrados–, sustituyen esa intervención directa sobre las personas, por esquemas organizativos. Como el problema no se resuelve, por no atacar la causa de fondo, surgen nuevos problemas, que se pretenden solucionar con nuevas estructuras de organización o modificando las anteriores. Es también una forma de incurrir en el dogmatismo –por conducto del racionalismo– en cuanto que se evade la realidad y se sustituye cómodamente por esquemas intelectuales, presentados de ordinario con gran seguridad.
*** El dogmático que prescinde de la realidad, frecuentemente se convierte en un legalista. Se queda en la letra de la ley; convierte los criterios de acción, las normas de conducta, en “recetas” que aplica sin tomar en cuenta las circunstancias y las personas; concibe las reglamentaciones como fin y no como medio. La mamá que reacciona violentamente cuando su hija llega de la fiesta diez minutos después de la hora fijada, manifiesta su rigorismo en esa reacción desproporcionada.
El legalista considera ingenuamente que la aplicación de la ley debe resolver, de forma automática y por sí misma, todos los problemas, independientemente del sujeto al que se aplica y sus circunstancias. Es el caso del gobernador que pretende erradicar el narcotráfico al exigir que se cumplan leyes que sólo contemplan parte del problema, cuando la situación requeriría acciones más complejas.
Por último, el legalista concibe, cómodamente, que la actuación humana tiene como fin la exclusiva adecuación a normas y reglamentaciones, desentendiéndose de los resultados que provoque. Esto suele llevar consigo una buena dosis de egocentrismo, en cuanto que lo que realmente busca el legalista es la tranquilidad de su conciencia, mientras que los efectos para los demás le tienen sin cuidado. El orientador familiar que, ante un matrimonio que acude a él para recibir consejo sobre el modo de ayudar a su hija que se ha enamorado de un divorciado, se reduce a recordarles las leyes morales sobre el matrimonio –que por otra parte ellos conocen perfectamente–, en lugar de ofrecerles sugerencias prácticas de ayuda a su hija. Una postura cómoda y egoísta, amparada en la observancia de la ley.

Para finalizar

Después de recorrer el camino de dogmatismo y sus consecuencias, surge la pregunta: ¿qué hacer para combatirlo en la vida personal? La respuesta podría reducirse a dos ideas: asumir el realismo como forma de pensamiento y obrar en consecuencia.
Asumir el realismo equivale a enfrentar directamente las tres causas que dan origen al dogmatismo, porque así no se sobrevalora la inteligencia, sino que se admite su limitación; la realidad no se reduce y simplifica, sino que se reconoce su riqueza y complejidad; no se prescinde de la realidad para fundamentar la verdad en la sola razón, sino que se parte siempre de lo real y se cuenta con que la verdad está en las cosas “antes” que en la inteligencia.
Lo anterior, sin embargo, puede resultar un tanto abstracto para quien busque criterios más prácticos de acción. Para ello hay que pasar a la segunda idea: obrar en consecuencia. Enunciaremos tres actitudes especialmente importantes.
En primer lugar, el amor a la verdad nos inclina a conocer las cosas como son, con objetividad, purificando ese conocimiento de factores subjetivos que pudieran deformarlo; y con profundidad, procurando penetrar en la realidad con la mayor hondura posible, de manera que nuestro conocimiento quede bien fundamentado, y no dependa de esquemas preconcebidos.
Del amor a la verdad se deriva, en segundo lugar, una actitud que necesariamente se habrá de fomentar: la apertura para conocer cosas nuevas, para complementar lo que ya se conoce, para admirarse ante la riqueza contenida en la realidad, para escuchar a los demás y comprender a cada uno como es, para establecer una verdadera comunicación con el prójimo.
Finalmente, otra actitud básica es la humildad intelectual, entendida como capacidad de rectificar cuando uno se ha equivocado; como disposición para ser flexible y no cerrarse ciegamente a los propios puntos de vista; como respeto a los demás, a su persona y a sus ideas, aunque puedan ser muchas las diferencias con las nuestras.
Quien efectivamente se esfuerce por fomentar en su vida el amor a la verdad, la apertura y la humildad de la inteligencia, estará caminando en la dirección opuesta al dogmatismo: habrá asumido el realismo y sus consecuencias.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter