Se podría hacer una lista detallada. De hecho, los periódicos y semanarios políticos publican casi todo lo publicable sobre los diferentes escándalos y situaciones. Pero incluso el deseo de escribir de este asunto con ecuanimidad, se hurta con la realidad de que, quizá como en otras épocas decadentes, en ésta la inmoralidad política ha adquirido una especie de carta de naturaleza.
¿Cuáles pueden ser las causas? Sin ningún orden de prioridad se pueden señalar algunas. Así, el fin de las ideologías o, como describe ambiguamente el famoso Fukuyama, el fin de la historia. En la práctica, y en un ámbito general, esto quiere decir que, al haber fracasado el comunismo, el liberalismo democrático parece quedar como la única posibilidad por el momento. Al faltar la crítica los motivos sociales, la utopía de la igualdad- y, a la vez, al haber disminuido el fervor en cuanto a la denuncia de las injusticias, los intereses del dinero han crecido esplendorosamente. En un ambiente en el que casi todo es marketing, los hombres acaban teniendo un precio. Y los políticos, hombres y mujeres al fin y al cabo, pueden no resistir a la tentación de una gran ganancia súbita, que arregle sus vidas desde el punto de vista económico de una vez para siempre. Si las ideologías han muerto, los intereses están más vivos que nunca.
¿Se puede mentir en la empresa?
Otra posible causa es el escaso cultivo que se ha hecho de la moral o ética. Para empezar, se puso de moda rechazar cualquier preocupación normativa, que fue calificada enseguida como moralina. Después en lugar de moral, que sonaba a religión y ya se sabía que la religión había pasado a la historia o que era sólo cosa de los fundamentalistas-, se habló de ética, pero de una ética que en realidad sólo tenía un postulado: las acciones son buenas si sus consecuencias son buenas.
¿Consecuencias buenas para quién?
En la práctica no se pensaba ni siquiera como el viejo Bentham la mayor felicidad para el mayor número-, sino que se atendía sólo al agente: buenas para mí. ¿Se puede mentir en la empresa, en la política? Sí, si las consecuencias son buenas y añaden los más cínicos- si no te cachan.
Esto último es interesante: después de defender a ultranza no sólo la distinción entre ética y derecho, sino su más absoluta separación, resulta que en la opinión pública poco ilustrada las cosas son buenas o malas no ya según lo que dice la norma legal lo cual es ya una simplificación-, sino según la policía consiga echarte o no la mano encima. De este modo, por vericuetos sólo en apariencia complicados, se construye una ética de la impunidad.
Se enseñó durante años la llamada ética de situación, según la cual no hay cosas objetivamente buenas o malas, sino que todo dependía de la situación, de las circunstancias y de que se asumiera una opción positiva. Una vez más: ¿cómo se señalaba lo que era positivo o negativo? Nadie puede señalar nada está prohibido prohibir-, se decía; es el sujeto el que decide en cada caso. Es el yo quien dice: para mí, es bueno. O malo.
Crisis de partido o tras el hueso
Una tercera causa es la crisis de los partidos, engendrada por la exasperación de la burocracia y de los cuadros. Hace unos años, el presidente de Perú, Fujimori, declaró que no iba a gobernar con políticos, y el de Checoslovaquia, Havel, defendió una utopía en la que había políticos pero no partidos. Son síntomas de que el modelo de partido existente en los países democráticos se ha quedado antiguo y resulta cada día más ineficiente. Esos partidos podían funcionar con una alta carga de idealismo en aquellos que formaban parte de ellos, ya que, salvo excepciones, todos servían a una causa. Cuando las ideologías se vienen abajo en parte porque, por circunstancias históricas, los partidos cambian radicalmente de programa, aunque conserven el rótulo-, el idealismo sufre una alteración paralela.
Sin embargo, no cambian los partidos. En muchos sitios las listas son cerradas, de forma que se elevan hasta la cúpula los agraciados por el favor de quienes controlan la nomenklatura. El ciudadano no puede salvo en algunos países- demostrar su preferencia pro tal o cual persona. Votar a un partido quiere decir votar a un conjunto de personas prácticamente desconocidas que pueden tener, como único mérito, saberse encaramar, medrar. Una vez elegidos, los representantes no trabajan demasiado o, por lo menos, asisten con escasa frecuencia a la Cámara. Las fotografías de los periódicos ofrecen tradicionalmente la imagen de un lugar desolado, donde reina el aburrimiento. Sin embargo, ese mismo político que no asiste, es muy activo consiguiendo de manera poco legal fondos para el partido y, de paso, para sí mismo.
Los políticos se defienden
Ante los resultados de los sondeos que demuestran el extendido asco de los ciudadanos frente a la conducta de algunos de los políticos, éstos protestan con argumentos que son muy similares en los diferentes países. En primer lugar, se dice, no se puede confundir lo que hacen unos pocos con la profesión en general; nada demuestra añaden- que entre los senadores y representantes exista una mayor proporción de gente sin escrúpulos que en cualquier otra profesión. En segundo lugar, afirman que es un error desacreditar de ese modo a la clase política, porque la gente honrada se abstendrá de trabajar en esas tareas, que serán entonces pasto ahora sí- de los menos escrupulosos.
Son razones plausibles, probablemente bien fundadas, pero no eliminan la necesidad de trabajar por una reforma de los partidos de modo que se haga más difícil la actuación negativa y más fácil la positiva. La supresión de las listas cerradas es uno de los remedios posibles. Pero se debería afrontar también el tema de la financiación de los partidos políticos, a través de una mayor transparencia. Por otro lado, habría que abandonar el celo corporativista que, a la hora de la verdad, demuestran todos los partidos políticos- de izquierda a derecha- para defender sus propias posiciones.
Exorcizar al autoritarismo
Incluso pensando en todos esos posibles remedios, la situación no se habría aclarado. El error inicial y presupuesto está en admitir que el partido político es la más importante y decisiva mediación entre el Estado y los individuos (lo cual, por otro lado, es muy problemático desde el punto de vista teórico, puesto que el Estado está para los individuos y no al revés). Los partidos son sólo un tipo de asociaciones al lado de las muchas que sería deseable que existieran en la sociedad civil. Cuando la sociedad civil no está surcada por una suma diversa y dispersa de instituciones voluntarias, el peligro del autoritarismo siempre está latente. Y cuando, para exorcizar ese autoritarismo se trabaja a favor de la mayor autonomía posible del individuo, el todo es lícito según, de la moral de situación, se convierte en sobre todo para los que ya tienen el poder de su parte.
Crisis de imaginación y de creencias
El desinterés individual causado recientemente por una ausencia de criterios éticos, es lo que permite un clima en el que el político deshonesto no sólo se aprovecha, sino que recubre de inmoralidad a toda la profesión. Así se explica que las quejas ante la inmoralidad política resulten ligeramente hipócritas si se comparte la misma falta de criterios éticos positivos. Hace ya mucho tiempo tuve ocasión de oír, en España, a un diputado de un partido político de izquierda: Yo estoy a favor de que el pueblo tenga un alto nivel de vida; por eso empiezo por tenerlo yo, para dar ejemplo. Este comentario que podría haber hecho con la misma facilidad otro cínico de partido derechista -, resume, en caricatura, el clima creado en numerosos países. La crisis política es una crisis de imaginación, a la hora de configurar de un nuevo modo los viejos partidos políticos. Pero es, antes que eso, una crisis de creencias y valores.
Escribiendo sobre este tema, el sociólogo Alain Toraine decía: En todos los países occidentales la distancia se ha acrecentado entre el mundo político algunos dicen nuevamente, como a finales del siglo XIX, la clase política- y la opinión pública. La televisión, la radio y los periódicos son más receptivos que las Cámaras a los nuevos problemas (). Es ahora o nunca cuando debemos transformar nuestra vida política; de lo contrario, ésta se disgregará y nuestros países ya no serán más que lugares de producción y venta dirigidos por empresas y bancos internacionales.
Puede observarse el poco fondo de la propuesta. Ante esa amenaza de convertirse en lugares de producción y venta, muchos dirían: Sí, ¿y qué?. En el peor de los casos la situación se arreglaría dando a muchos, a la mayoría, una participación en los beneficios.
La crisis política es una manifestación de una crisis más amplia, que ha llevado a la exaltación simultánea del pragmatismo, el egoísmo y el cinismo. Es posible que, coyunturalmente, un país de cínicos llegue a un entendimiento educado y a un fair play soportable. Pero también cabe el peligro de que la falta de ética se decante por lo más fácil: la utilización de lo público a favor de la inmoralidad privada. Es así como, en contra de la expectativa liberal, los vicios privados se hacen vicios públicos.