Caperucita en Manhatan
Carmen Martín Gaite
Novela
Siruela. Madrid. 1992, 205 págs
Carmen Martín Gaite
Novela
Siruela. Madrid. 1992, 205 págs
Ganadora de numerosos premios literarios, la autora española Carmen Martín Gaite, toma después de doce años la pluma para invitar a Caperucita a Nueva York.
Novela-cuento para adultos escrita con un lenguaje infantil, nos transporta con descripciones tangibles, a una fantasía civilizada que propone, metafóricamente, todo un concepto de libertad.
La trama tiene la estructura del cuento clásico, aunque los personajes parecen haber sido transformados por el tiempo: la abuelita de esta Caperucita es una antigua artista de music-hall que canta vestida de terciopelos verdes y vive de forma excéntrica. Mister Woolf, el lobo, es un pastelero millonario de Central Park que se enamora de ella.
Un día de lluvia y envuelta en su impermeable rojo, Sara Allen –la Caperucita de diez años que vive en Brooklyn- saldrá en busca de su libertad, con una tarta de fresa como pretexto.
La admiración de Sara Allen –Caperucita–por su abuela, descansa en su ideal de independencia. Y al chocar con una existencia convencional, prefiere escaparse a contemplar el mundo. Es entonces cuando Miss Lunatic, el espíritu de la libertad disfrazado de vejez y miseria, que vagabundea cerca de la famosa estatua, hace aparecer ante Sara los peligros del miedo a la libertad. Será la niña, más adelante, quien encarne ese espíritu, y con su expresión favorita, «miranfú», se sumerja en los pasadizos de la ciudad gigante para ayudar en todas partes y en ninguna, y saborearlo que otros ignoran.
Sencillez profunda, crítica sutil para grandes, sugerentes descripciones de la vida diaria, es la tónica que impregna esta novela con sabor a cuento inolvidable.
El espíritu de la libertad, que flota a lo largo de la novela, y que Caperucita hace suyo al final del cuento, sugiere una independencia absoluta incluso a precio del aburrimiento –como sucede a veces con Miss Lunatic– todo por el beneficio de ahogar el miedo.
Esta visión de un libertad sin marco o sustento, contrasta con el lenguaje de la escritora, en el que cada palabra está respaldada por una escena vivida, una emoción deliciosamente común: la frase de siempre dicha como nunca. Tal vez a eso se deba el placer de su lectura. Porque las palabras sencillas, como la historia de Caperucita, son más que un cuento.
Novela-cuento para adultos escrita con un lenguaje infantil, nos transporta con descripciones tangibles, a una fantasía civilizada que propone, metafóricamente, todo un concepto de libertad.
La trama tiene la estructura del cuento clásico, aunque los personajes parecen haber sido transformados por el tiempo: la abuelita de esta Caperucita es una antigua artista de music-hall que canta vestida de terciopelos verdes y vive de forma excéntrica. Mister Woolf, el lobo, es un pastelero millonario de Central Park que se enamora de ella.
Un día de lluvia y envuelta en su impermeable rojo, Sara Allen –la Caperucita de diez años que vive en Brooklyn- saldrá en busca de su libertad, con una tarta de fresa como pretexto.
La admiración de Sara Allen –Caperucita–por su abuela, descansa en su ideal de independencia. Y al chocar con una existencia convencional, prefiere escaparse a contemplar el mundo. Es entonces cuando Miss Lunatic, el espíritu de la libertad disfrazado de vejez y miseria, que vagabundea cerca de la famosa estatua, hace aparecer ante Sara los peligros del miedo a la libertad. Será la niña, más adelante, quien encarne ese espíritu, y con su expresión favorita, «miranfú», se sumerja en los pasadizos de la ciudad gigante para ayudar en todas partes y en ninguna, y saborearlo que otros ignoran.
Sencillez profunda, crítica sutil para grandes, sugerentes descripciones de la vida diaria, es la tónica que impregna esta novela con sabor a cuento inolvidable.
El espíritu de la libertad, que flota a lo largo de la novela, y que Caperucita hace suyo al final del cuento, sugiere una independencia absoluta incluso a precio del aburrimiento –como sucede a veces con Miss Lunatic– todo por el beneficio de ahogar el miedo.
Esta visión de un libertad sin marco o sustento, contrasta con el lenguaje de la escritora, en el que cada palabra está respaldada por una escena vivida, una emoción deliciosamente común: la frase de siempre dicha como nunca. Tal vez a eso se deba el placer de su lectura. Porque las palabras sencillas, como la historia de Caperucita, son más que un cuento.