Divorcio. Un remedio que no cura

La degradación que se experimenta en la concepción del matrimonio en los Estados Unidos es resultado de una epidemia de divorcios, segundos matrimonios, segundos divorcios, ilegitimidad y nuevas presiones dentro de las familias. La generalización del divorcio y el surgimiento de familias con uno de los padres como responsable, representa un cambio de grandes repercusiones en la sociedad. La primera célula, la familia, ha pasado por transformaciones radicales, que cambios de magnitud similar en la economía o en la industria, o incluso equivalentes al cambio de la temperatura del mundo durante veinte siglos, no nos dejarían tan asombrados.
Un torrente de investigaciones recientes hacen evidente que el impacto del divorcio en las mentes y los corazones de los individuos tiene implicaciones preocupantes para el orden social.
Uno de los problemas graves estriba en que la mayoría de las personas que se divorcian -57%- tienen hijos menores de 18 años. Más de un millón de niños sufren el divorcio de sus padres. Se ha incrementado dramáticamente el número de niños ilegítimos desde el 4% en 1950 hasta el 27% en 1989. Dos de cada tres niños negros y uno de cada cinco niños blancos ilegítimos.
Como consecuencia de la incapacidad de los padres para permanecer unidos, casi un 25% de los niños norteamericanos viven en hogares sostenidos por uno solo de sus progenitores, casi siempre la madre.
Salvo casos muy raros, en que los niños se recuperan pronto de un divorcio y se desenvuelven normalmente en su nueva situación, la gran mayoría no se recobra de las incidencias emocionales que el divorcio produce en ellos. En primer lugar, el niño se sentirá sin protección y con carencia afectiva, pues los conflictos de los padres desencadenan un conjunto de tensiones. Los hijos menores de seis años experimentan un sentimiento de auténtico abandono, que se manifiesta en ansiedad, angustia, tristeza, sentimiento de amenaza y temor. Todo ello indica que para el niño, en términos generales, resulta insuperable una situación a la que no puede hacer frente.
En los mayores de edad, las defensas aumentan, si bien el conflicto afectivo puede aparecer por la presión emocional que sienten al definirse por alguno de sus progenitores.
Todo ello termina por minar las bases de seguridad personal del hijo y le dificulta la adquisición de una confianza básica en los demás. Sara McLanahan, socióloga de Princenton dedicada al estudio del desarrollo emocional de los niños de padres divorciados, señala que todo aquello que no desearíamos para nuestros hijos, es lo que experimentan después de un divorcio. Esto se aplica -también- a niños ilegítimos.
Las familias compuestas por un solo progenitor no únicamente sufren una situación económica difícil sino que incluso se ven afectadas en su desarrollo emocional.
El «National Center for Health Stadistics» realizó una investigación profunda y descubrió que los niños de familias formadas por un solo padre son 100% ó 200% más propensos a tener problemas emocionales y de comportamiento, que niños de familias que cuentan con sus progenitores.
Recientemente se demostró que los niños -especialmente los varones- que provenían de familias inestables tenían calificaciones más bajas en sus exámenes de lectura y matemáticas, faltaban más a clases, eran más hostiles e introvertidos que sus compañeros provenientes de familias estables.
Los hijos varones procedentes de padres divorciados son un 35% más propensos a divorciarse o separarse que los hijos que vivieron en familias unidas. Este porcentaje se eleva al 60% en el caso de las hijas.
Judith Wallerstein, psicóloga que durante 15 años se mantuvo en contacto con 130 niños que sufrieron el divorcio de sus padres, quedó sorprendida del daño causado; algo así como una marca impresa a fuego. Wallerstein, co-autora de Second chances: men, women & children a decade after divorce, suponía en un principio que si se trataba de un matrimonio infeliz se reflejaría en una situación infeliz también para los hijos. y pensaba que si experimentaban dolor al principio de la separación, también sentirían alivio conforme pasara el tiempo. Pero no fue así. Wallerstein se alarmó al constatar la intensidad del daño y el terror que envolvía a estos niños cuando sus padres se separaban.
La primera reacción era de pavor, aunque la mayoría de los niños pertenecían a la clase media, hijos de ejecutivos y profesionales, cuya preocupación principal era asegurar el cuidado y la alimentación de sus hijos. Los niños de menos de cuatro años temían que si un padre les había abandonado, en cualquier momento el otro hiciera lo mismo, dejándolos sin protección en un mundo terrible.
La personalidad de los <<hijos del divorcio>> queda encuadrada por una serie de rasgos tales como inmadurez, inseguridad, rigidez de carácter, ansiedad, angustia, fondo depresivo, sensación de irrealidad, bloqueo de la sociabilidad represión afectiva, inestabilidad, etcétera.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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