EI deporte es un juego que supone esfuerzo físico, y por es tas dos razones, es de gran utilidad en la formación de la personalidad. El jugar es semejante al soñar, pues tanto en el juego como en el sueño se abre un espacio imaginario para dar cabida a un mundo ficticio, con sus límites y regIas propias.
Por esta razón, aunque suponga un esfuerzo, es un medio de descanso en cuanto aleja, por un momento, del mundo real y sus preocupaciones serias. En el caso del deporte, los límites del mundo ficticio son los del terreno de juego, es decir, los jugadores están dentro del terreno de juego ; al contrario, en los juegos de mesa (baraja, dominó, ajedrez…), los jugadores se encuentran alrededor del campo de juego que es la mesa. En éstos sólo se juega con elementos.
En el deporte, el juego implica más a las personas y por eso engendra mayor pasión.
Alma sana en cuerpo sano
La educación física tiene tres funciones no ex- cluyentes: educar al cuerpo mismo, educar al alma a través del cuerpo y educar al cuerpo a través del alma. La primera de ellas -educar al cuerpo mismo-, al pretender hacerlo fuerte, sano, ágil… es un gran valor, siempre y cuando no se le absolutice y acabe en culto narcisista. La educación física no debe degenerar en fisicocultura vanidosa y superficial que sólo busca músculos en exhibición.
La segunda finalidad -educar al cuerpo a través del alma-, posee una realidad que poco tiene que ver con el deporte. Esta parte de la educación física, que es la superior, es más bien materia de la formación moral.
Cuando se habla de educación física se hace en relación a la educación en sentido amplio, pues, en sentido estricto, ésta le compete al alma. La mayor educación del cuerpo se hace a través del alma, que es su motor. En esta Iínea, ejercitar al cuerpo para la templanza es mejor que entrenarlo para ser fuerte o veloz. Hay más educación física en un alma virtuosa, con dominio sobre el cuerpo, que en un cuerpo musculoso.
El cuerpo más ágil y más veloz es el que con mayor prontitud obedece al alma, no el que recorre más metros en menos segundos. Un cuerpo musculoso y ágil, que tarda en levantarse cuando el despertador lo indica, es un cuerpo mal educado. En este contexto adquiere todo su sentido el conocido adagio de Juvenal, tomado de manera completa: <<Hay que orar para tener una mente sana en cuerpo sano>>.
La tercera misión de la educación flsica es la que más viene ahora al caso, pues educar al alma a través del cuerpo es, precisamente, la tarea principal del deporte universitario (no hablo del deporte-espectáculo ni del deporte profesional).
La universidad no busca el deporte por el deporte; es una institución educativa, no un gimnasio. Busca el deporte para forjar virtudes y valores en el alma de sus educandos, pues gracias a la unidad psicosomática del hombre, el cuerpo es instrumento magnífico para educar el alma.
Fuera de lugar
El sueño separa más del mundo real que el juego, por eso el mundo del sueño cae fuera del ámbito moral. El mundo imaginario del juego, en cambio, se empalma sobre el mundo real sin anularlo, por eso lo que se realiza dentro del terreno de juego tiene repercusiones morales.
Aunque violar las reglas del juego no es, en sí mismo, inmoral (por no tener carácter moral sus reglas), sin embargo, detrás del juego se encuentra el mundo real, y atrás de cada jugador existe una persona, por ello, la violación de las reglas del juego puede, indirectamente, quebrantar alguna ley moral. Una zancadilla o una patada no son inmorales por quebrantar las reglas del futbol, sino por quebrantar las piernas del prójimo.
Si se da el caso de que al violar una regla del juego no se hiere ninguna norma moral, esto obviamente no será moralmente malo, pero sí pedagógicamente deformante, porque hacer trampa en el juego no sólo me convierte en jugador tramposo, sino también en hombre tramposo.
Quien respeta las normas de juego se entrena para vivir el valor de la justicia también fuera del juego. Quien en el juego ve al contrincante como enemigo a quien es capaz de lesionar, confunde el mundo ficticio del juego con el mundo real. Quien permite que el juego lo absorba tanto que pierde la distancia entre el mundo del juego y el real, ha dejado que la pasión del juego absorba su razón.
Conservar este distanciamiento durante todo el juego, de manera tal que lo que comenzó como juego termine como juego, es una forma de vivir el valor de la templanza, pues se conserva la lucidez de la razón, sin dejarse llevar por la pasión. Con razón, Aristóteles y Tomás de Aquino pusieron a la jocundidad o virtud que modera los juegos, como parte de la templanza.
Cancha de valores
Ejemplo de cómo se conserva la conciencia de la trivialidad del juego, a pesar de la pasión, es el célebre caso de Zarra, aquel futbolista español que, con grandes oportunidades de anotar el gol, frenó la carrera y arrojó el balón fuera del campo, al advertir que un defensa del equipo contrario había sufrido un golpe grave.
La pasión del juego a veces oculta otra gran verdad: que los miembros del equipo contrario son también mis compañeros de juego y que, al oponérseme, me hacen un servicio, pues gracias a su oposición, existe el juego.
Los deportes en equipo enseñan a vivir la solidaridad con los miembros del mismo equipo, la socia- bilidad y afabilidad con los del equipo contrario.
Todos estos valores forja el deporte simplemente por ser juego; pero por ser, además, juego esforzado, tiene nuevos frutos. El deportista esforzado gana, aunque haya perdido el partido; el fruto que el esfuerzo deja en la voluntad es mejor que el marcador. Quien se esfuerza en la cancha está listo para vivir el valor de la fortaleza fuera del campo de juego.
El esfuerzo deportivo, al forjar un cuerpo vigoroso, dispone para adquirir la valentía de ánimo, pues el alma más fácilmente acomete empresas arduas si se siente secundado por un cuerpo vigoroso.
De todo esto se sigue que el juego deportivo es de enorme importancia para la formación moral. De aquí también la necesidad de que el entrenador deportivo sea una persona de alta integridad moral pues, en el deporte universitario, la formación deportiva es también formación moral. Dime cómo juegas y te diré quién eres…