Hablar sobre el líder y sus cualidades puede resultar reiterativo. Bibliografía sobre el tema existe en grandes cantidades, y la hay, además, en diferentes idiomas y enfoques. Expreso aquí sólo unas cuantas reflexiones que las personas que se preparan para llevar a cabo misiones de líder, han de considerar para asumir, si fuera el caso, o rechazar, si no se ajustan a la proyección personal que se aspira.
Empecemos con una negativa: no basta ser una persona sobresaliente para llegar a ser un buen líder. Tampoco son líderes sólo las <<buenas personas>>. Todo hombre puede tener gran impulso y determinación, destreza o capacidad de persuasión. Además, el liderazgo en sí mismo -considerado desde el punto de vista ético- es una cualidad neutra; se utiliza tanto para bien como para mal. No se califica de líder al más virtuoso, porque los hay tales que nunca han llegado a tener éxito. Tampoco la sola brillantez intelectual es su característica más definitoria.
Un perfil sobresaliente
¿Qué características, pues, perfilan al líder y lo hacen capaz de ser exitoso?
Partamos de que en circunstancias diferentes hacen falta cualidades distintas, pero no hay duda de que algunos elementos son clave: inteligencia, valor, capacidad de trabajo, tenacidad, discernimiento, entrega a una causa y cierto grado de encanto.
Son personas que han provocado cambios, no porque los desearan sino porque los querían. Es decir, el liderazgo es cuestión de idoneidad. Esta es una distinción vital a la hora de comprender qué es el poder y cómo son quienes lo detentan. Desear es la actitud pasiva de los que no triunfan, querer es una actitud activa. Los partidarios desean, los líderes quieren.
Debe tener vlslon penetrante que se anticipe a los acontecimientos y voluntad de asumir con osadía, pero calculadamente, ciertos riesgos. Necesita suerte, aunque no se sienta a esperarla: es oportunista cuando la oportunidad aparece. Y, por encima de todo, debe ser decidido, analizar las diversas alternativas -astuta y desapasionadamente-, y lo más importante: no paralizarse en el análisis; desear el cargo y estar dispuesto a pagar el precio.
El líder que no quiere serIo, resultará derrotado porque no aceptará el sacrificio ni el esfuerzo que se requiere: invasión de la vida privada, punzadas de críticas injustas y a menudo mal intencionadas, crueles caricaturas…
Algunos afirman que un buen líder es un <<buen carnicero>> puesto que debe rodearse de gente adecuada y liberarse de los inoperantes. Sin embargo, se caracteriza de buen líder a quien sabe aprovechar las cualidades de los que le rodean y los coloca en el sitio adecuado para que, desde ahí, sirvan al propósito vigente. Desde luego que se exige un cierto grado de dureza en el corazón que le lleva a colocar, en primer lugar, la responsabilidad a los sentimientos personales. El líder teje así un ligamento de unión con su gente, un lazo místico que sólo se rompe con el engaño o la hipocresía; se trata de una vinculación efectiva que tiende hacia arriba.
Debe demostrar que respeta a la gente cuyo apoyo solicita pero conserva también la <<diferencia>>, que permite admirarle. Si pide confianza, debe inspirar fe. Esta actitud no es sólo honesta sino necesaria para la crear la mística del liderazgo en una sociedad democrática.
Una regla imprescindible para los que aspiran a si ser líderes: <<ejercitar más el cerebro que la lengua>>. No se aprende cuando se habla, sino cuando, después de escuchar, se piensa.
El líder actúa como hombre de pensamiento, y piensa como hombre de acción.
Desde lo alto de una montaña
Se puede llegar a ser un gran líder cuando se tiene voluntad fuerte y personalidad acusada, aparentemente egoísta: saber lo que hay que hacer, quererlo y movilizar voluntades. Ese aparente egoísmo no se entiende como actitud sino como convencimiento de que hay un fin -bueno para todos- que debe ser alcanzado.
Un auténtico líder tiene siempre un propósito, un objetivo que pretende conseguir para él y sus seguidores. Pero debe también señalar medios adecuados para su consecución, y saber que no deben utilizarse aisladamente como criterios para medir la calidad del líder. Cuanta más alta y noble sea la meta, mayor es la potencia y estatura del líder. Pero como no basta con quererlo, sino que es importante la acción, se dice que en la lucha por conseguir resultados se mide el grado del líder. Es así, con el propósito y los medios, como se adelanta al grupo y lo sirve con el poder; sólo así arrastra, sólo así justifica su presencia.
Sabe cuándo es necesario ceder en un compromiso: elige qué batallas librará y cuáles no peleará, a fin de reservar fuerzas para otras más importantes en el futuro. Además conoce cuándo puede adelantar con ayuda de otros y cuándo es más ligero el camino en solitario; adquiere tal dominio del trabajo y de la propia persona que llega a gozar con el poder al servicio de otros. El poder es así, ante todo, servicio a los demás y no instrumento para agigantar la propia imagen.
Para disfrutar del poder, el líder admite la inevitabilidad de cometer errores y es capaz de no desesperarse por ello, en la confianza de que se equivocará en las cosas de importancia secundaria y no en las principales. Pero si llega a errar en la que considera principal, reconoce el fallo, lo acepta y trata de subsanarlo sin complejos.
Un buen líder sabe compartir el trabajo y la diversión. No se polariza.
Los líderes son capaces de ver más allá de lo inmediato sin salirse del mundo, con una visión comparable a la que se obtiene desde lo alto de una montaña; mantenerse en primera línea sin adelantarse tanto que se pierda a sus seguidores.
Los grandes líderes son personas que tienen capacidad de ver lo que, considerado retrospectivamente -y sólo retrospectivamente-, parece claro, y los que tienen la fuerza de voluntad y la autoridad necesaria para arrastrar tras de sí a su grupo. Son capaces, en definitiva, de ver los errores como experiencia y no como culpa que avergüenza.
Salchichas, leyes y poder
El líder conoce lo que significa el poder en su acepción más objetiva: vida o muerte, prosperidad o pobreza, felicidad o tragedia para miles y hasta millones de personas. Nadie que esté en el poder puede jamás olvidarlo, aunque a veces tenga que apartarlo deliberadamente de su mente cuando toma una decisión. El poder es la oportunidad de construir, crear, dirigir los acontecimientos en una nueva dirección. Para aquéllos a quienes preocupa este nuevo giro de los hechos, no habrá felicidad inmediata. Pero sabrán que no se trata sólo de eso, porque su primer afán es querer servir.
Un observador caprichoso comentó en una ocasión que las personas a quienes gustan apasionadamente las leyes y las salchichas no deben ser testigos de su fabricación. Del mismo modo, muchos adoran a los líderes por sus logros, pero prefieren cerrar los ojos para no enterarse de cómo los consiguen, y así sería triste la identidad del líder: <<pactos abiertos, logrados abiertamente>>, <<no hay señor para su ayuda de cámara>>.
El líder emplea la astucia para conservar la unidad de coaliciones inestables en grupos de intereses contradictorios, pues a veces estas coaliciones son imprescindibles para gobernar.
Las personas de acción poseen una fuerte proporción de egoísmo, orgullo, dureza, picardía. Pero todo se perdona -incluso se considerará como un conjunto de cualidades- si consiguen convertirlo en medio para grandes fines. Aquello se transforma en generosidad, humildad, cordialidad, sencillez, cuando la misión del líder es el servicio. Pero los que se sirven a sí mismos pueden ser descartados, de entrada. Este postulado se aplica al que sólo se sirve así mismo, a base de tratar sin miramientos a los demás, como al que finge siempre mantener actitudes piadosas.
El líder debe, constantemente, sopesar las consecuencias, y esto se convierte en su segunda naturaleza. No puede guiarse de acuerdo a reglas rígidas preestablecidas -quizá arbitrariamente-, por quienes no tienen que hacer frente a ninguna responsabilidad. Esto obliga al líder a vivir con exactitud la lealtad, que es una calle de doble circulación: ningún líder puede conseguir la lealtad cuando utiliza la técnica de la puerta giratoria.
Atraer corazones
Quizá el momento cumbre del liderazgo es la toma de decisiones. Puede incluso sufrir mucho cuando debe decidir. Pero pocos líderes que hayan triunfado han perdido mucho tiempo dando vueltas a sus decisiones una vez adoptadas. Si un líder se dedica a meditar demasiado en el acierto de sus decisiones, acaba por sentirse paralizado. La única forma de dedicar toda la atención que merecen las decisiones que tomará al día siguiente, consiste en dejar bien atrás las que tomó ayer.
Cuando el resultado no es el esperado, la decisión no estuvo bien tomada. Entonces el líder, analíticamente, revisa lo decidido sin suscitar sentimientos de culpabilidad. Es mejor encontrar soluciones que culpables. La capacidad de tomar adecuadamente decisiones es lo que califica de líder a una persona, no la cantidad de horas que pasa en su despacho.
Todos los líderes son muy emotivos, que es una forma de decir que son muy humanos. El liderazgo resulta atractivo intelectualmente, pero también debe atraer corazones.
Los aspectos cotidianos y técnicos se aprenden mejor con la experiencia, tanto si son políticos como si se refieren a la labor de gobierno. En cambio, la costumbre de leer, la técnica de análisis riguroso, la estructuración de los valores, los cimientos filosóficos son aspectos que el futuro líder debe aprender desde el principio de su formación, y seguir absorbiendo a lo largo de su vida. Una característica de casi todos los grandes líderes es su afición por la lectura.
Los líderes precisan de cualidades personales y también de una organización. Algo que cuesta admitir a muchos es la necesidad de delegar funciones, olvidan que al confiar se adquiere duplicidad de poder: el propio y el que recibe del delegado. Pero la encomienda de funciones no debe sustituir jamás el análisis y la toma de decisiones. El líder puede y debe delegar en otros la responsabilidad de hacer cosas y el cómo hacerlas, pero no puede ni debe facultar en otros la responsabilidad de decidir lo que hay que hacer. Precisamente para decidir es líder.
Los asuntos que el líder puede delegar con relativa facilidad son aquellos que los otros pueden hacer evidentemente mejor que él. Uno de los recursos más preciosos de todo líder es el tiempo. Si lo desperdicia dedicándolo a cosas poco esenciales, por fuerza fracasa. Entre las elecciones más importantes está el decidir de cuáles asuntos se encargará personalmente, y cuáles encargará.
El buen líder lucha por hacer las cosas con excelencia. Pero si se esfuerza demasiado por hacerlo todo a la perfección, no podrá llevar a cabo extraordinariamente bien las cosas que son verdaderamente trascendentales. No se elevará por encima del montón. Quien quiere ser un gran líder tiene que concentrarse en las grandes decisiones. Por esto el líder debe ser flexible para cambiar de prioridad a medida que las circunstancias varían y tener la capacidad de apartar de su mesa las decisiones que, por importantes que sean en sí mismas, reducen su capacidad de dedicarse plenamente a aquellas que son, por encima de todo, responsabilidad suya.